La leyenda de Selene y el gato
Se cuenta que en el principio de los tiempos, cuando los continentes eran uno, la diosa Luna se asomaba todas las noches al inmenso espejo de aguas calmas que por entonces era el mar para ver reflejada su hermosura de plata.
Selene, que así se llamaba la diosa, era bellísima, como se ha dicho, pero se sentía muy sola en su viaje a través del cielo estrellado, así que buscó compañía entre los animales que poblaban la Madre Tierra, eligiendo un gatito de pelo dorado y rayas oscuras. El gatito se sintió inmensamente feliz; también él se encontraba muy solo y con gusto caminó desde entonces junto Selene, durmiéndose hecho un ovillo allí donde el amanecer lo pillaba a la espera del regreso de su ama. Y los días dieron paso a las semanas, y los meses a los años, hasta que una aciaga noche el gatito llegó a la orilla del mar, y como vio que Selene continuaba su camino, no dudó en lanzarse a él, ahogándose sin que las pálidas manos de la diosa pudieran evitarlo.
Abrumada por la pérdida, Selene lloró la primera tormenta que conoció el mundo, y en un supremo acto de amor, entregó su belleza a cambio de que el espíritu del gatito viviera para siempre en el mar donde encontró la muerte, transformándose la diosa en la Luna que hoy conocemos.
Desde ese día de magia y sacrificio, el mar a veces es un remanso de paz, mostrándose en otras irascible como el gato que en él habita. Y por eso juega con los barcos como si fueran madejas de lana, o cubre con cortinas de agua y espuma las enhiestas estructuras de los faros, en un vano intento de atrapar con sus zarpas la luz que emiten las linternas.
Esta leyenda puede ser verdad, o las palabras de un cuentacuentos para una tarde lluviosa de invierno al calor del hogar, pero mientras lo piensas, amigo lector, en algún lugar del mundo el gatito curva complacido el lomo ante la vuelta de su ama, y los pescadores salen a faenar aprovechando la pleamar.
B.A.: 2.017
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