Por fin he salido del hospital, pero ésta triste sensación no desaparece. Nadie ha venido a recogerme. He escuchado conversaciones entre los médicos, dicen que van a ir todos a mi nueva casa. No sé si llegaré a tiempo.
Aún está lejos. Corro cuanto puedo a través de la calle.
He llegado a una casa, pero no es la mía. Aún así he podido entrar por la puerta sin problema. Me pica la curiosidad de repente. Camino despacio por el angosto y oscuro pasillo. Nunca me he sentido tan seguro de mí mismo.
Me agacho, no quiero hacer ruido. Me falta el aire. Siento mi cuerpo entumecido, dormido. Distingo a lo lejos a alguien. Está leyendo, no despega sus ojos de la pantalla. Debo llegar hasta él y preguntárselo antes de que me alcance el silencio, el olvido.
Me siento poderoso. Nunca perdonaré a mi familia el que no hayan venido a verme. Se lo haré pagar eternamente.
Pero antes quiero hacer una prueba en ésta casa.
Ya lo veo, ha levantado la cabeza. Mira nervioso hacia el pasillo, creo que me ha visto.
Me acercaré un poco más. Aquel lector percibe mi presencia. Es el momento, me colocaré detrás de él y le haré una pregunta al oído.
Le preguntaré que es aquello que da tanto miedo. Necesito saber qué pasa por su mente, al sentir mi gélido aliento en su nuca.
Necesito ver su rostro cuando se dé la vuelta lentamente, y contemple la pálida y demacrada imagen de alguien que acaba de morir.
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