¿Qué tienen en común las banderas, los memes y las piezas de ajedrez?
Por Manuel Murillo
Enviado el 28/02/2017, clasificado en Reflexiones
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"Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber;
lo malo es que no sabemos para qué sirve la sed" - Antonio Machado
En algunos pueblos del Tíbet no existe la palabra culpabilidad y tampoco existe su concepto. Por ende, cuando alguien comete un error que desemboca en cualquier tipo de daño o perjuicio, no teme que los demás le juzguen porque no hay un concepto para ello. De este modo, no intentará "escurrir el bulto", sino que reaccionará intentando reparar su error inmediatamente. Es curioso cómo una pequeña diferencia en el lenguaje puede provocar una alteración de patrones sociales tan enorme.
Las palabras son conjuntos de símbolos inertes, carentes de un significado implícito. Su significado se construye y se consensua socialmente como herramienta útil en pro de la comunicación. ¿Pero pueden adquirir los símbolos, de manera independiente, un significado igualmente influyente? Tomaré como ejemplo ilustrativo (nunca mejor dicho) las banderas. La bandera es una imagen formada, habitualmente, por un conjunto de colores dispuestos en un orden determinado. Estas imágenes pueden ser representadas en pedazos rectangulares de tela, en papel o en soporte digital. No significan nada para quien las ve hasta que alguien no le enseña a esa persona el significado que se ha consensuado. Desde entonces, viendo una bandera y examinando rápidamente la forma de sus colores, una persona puede decidir no bañarse en la playa para preservar su integridad física, puede saber que la carrera ha terminado, puede saber si el avión aterrizará o continuará el vuelo, puede notar una mezcolanza de rabia y rechazo y puede también llevarse una mano al pecho y llorar mientras entona su himno nacional. Las banderas son, pues, símbolos inertes que funcionan como intermediarios entre un discurso previamente elaborado y admitido y un receptor. Me resulta especialmente interesante el hecho de que estos símbolos consigan no sólo transmitir un mensaje de una determinada utilidad (como en los aeropuertos y en las playas), sino que también consigan elicitar sentimientos intensos a un nivel individual y hasta, en algunos casos, llegar a formar parte de la identidad de la persona.
Que objetos objetivamente (valga la redundancia) carentes de significado provoquen sentimientos que no responden a una causalidad inherente al objeto en sí o a nuestra naturaleza biológica no es algo exclusivo de las banderas. Tomemos el ejemplo de las piezas de ajedrez. Son pequeños objetos que a primera vista no sirven para nada para lo que no serviría un guijarro o un premio del roscón de Reyes, pero tienen una función gracias a un discurso previo que nos hace interactuar con ellas de una determinada manera. Cada pieza tiene en el tablero un lugar específico y este lugar, así como el movimiento que cada una de las piezas puede realizar, viene dado por una serie de reglas que uno debe conocer si quiere ser partícipe del juego. La elaboración de estas reglas discursivas puede hacer que una persona se sienta humillada, estúpida y miserable cuando, de pronto, su oponente en el juego mueve una pieza un par de centímetros. Una pieza inofensiva de madera o de plástico del tamaño de un dedo del pie que se desplaza unos centímetros nos hará sentir, según la disposición del tablero, amenazados, ansiosos y acorralados. En cambio, la persona que ha realizado el pequeño movimiento de muñeca para colocar una pieza se sentirá satisfecho, realizado y lleno de júbilo. Todo esto gracias al recuerdo de la elaboración discursiva de las reglas y también a la anticipación de dos constructos de nuestro lenguaje: La victoria y la derrota.
La victoria y la derrota son conceptos curiosos que unen tanto al ajedrez como a las banderas porque, si estos dos conceptos no se hallaran presentes en nuestro lenguaje, puede que ni las fichas ni las banderas existieran. Tendrían tanto sentido como avergonzarse de un error en el Tíbet.
Las banderas y el ajedrez, por tanto, tienen como raíz común que su significado es por entero una construcción social y, por tanto, su función dependerá de la cultura. Esto ocurre también con los memes. No el concepto de meme del que hablaba Richard Dawkins, sino del meme humorístico de internet. El meme es particularmente interesante como fenómeno de construcción social precisamente porque no es posible explicar qué es un meme. No es posible su definición porque su significado se halla en constante cambio. Al principio eran imágenes, luego eran textos, luego imágenes combinadas con textos, posteriormente vídeos, vídeos con texto, vídeos con un mensaje, vídeos sin ningún tipo de mensaje, etc. La clave que une a todos los memes es que hacen referencia a algo que tiene algún sentido en la actualidad, pero que en ocasiones no es algo humorístico por sí mismo. Podríamos decir que el humor no crea el concepto de meme, sino que el concepto de meme crea un nuevo tipo de humor. Podemos tomar como ejemplo una fotografía de Julio Iglesias señalando a cámara. Julio Iglesias no es un humorista, su cara no es especialmente graciosa y la fotografía no tiene ningún tipo de ingenio. Sin embargo, acompañando la imagen de un mensaje y haciéndola circular por las redes sociales, rápidamente la imagen se transforma por sí misma en algo humorístico. Nacen aplicaciones para generar memes de Julio Iglesias, aplicaciones para poner el rostro de Julio Iglesias a una de tus fotografías, cientos de variaciones de la frase original adaptándolo a cualquier tema de actualidad en tono jocoso...
Otro ejemplo puede ser un vídeo abstracto que en apariencia no tenga ningún sentido ni argumento ni lógica. Sólo un derroche de efectos e imágenes generadas por ordenador acompañadas de algún tipo de música. Cualquier persona, al ver ese tipo de vídeo, diría: "¿Pero qué demonios es esto?", apartaría la vista y pasaría a otra cosa. Pero ocurre que si ese mismo vídeo es posteado por una página de Facebook llamada "Memes", el vídeo automáticamente se transforma en algo gracioso porque al haber sido posteado como un meme se ha convertido en uno. Y por tanto, de pronto el vídeo resulta gracioso porque no tiene sentido ni argumento ni lógica y sólo es un derroche de efectos e imágenes generadas por ordenador acompañadas de música. Nada en el vídeo ha cambiado, tan sólo el significado que se le ha decidido dar. Así, los memes nacen de la nada y se reproducen creando risas que no sabemos bien cómo explicar. Después se olvidan y dan paso a una nueva generación de memes. El meme es un concepto en constante reciclaje, pero perdura porque debe ser gracioso, y las fichas de ajedrez y las banderas perduran porque alguien debe ganar y alguien debe perder. No significan nada por sí mismos pero, gracias a nuestras elaboraciones discursivas que convergen a través de ellos, consiguen hacernos sentir emociones tan complejas como el miedo, el orgullo, el llanto y la risa. Tal vez por ello lo construyamos.
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