Nadie le arrebataría aquel premio, su mayor logro sería el que ella misma obtendría, jamás dejaría desierto aquel concurso, poniendo como trofeo su propia identidad...
María había vivido toda su vida rodeada de comodidades, su propia madre nunca antepuso su felicidad a su enseñanza. Por aquella razón cuando la joven le comunicaba emocionada, de que un hombre la había enamorado, la sufrida madre se enojaba. Pero como siempre dejó que María cumpliera lo que ambicionaba en la vida, y como siempre la dejó hacer la suya.
Como el día que le dijo que no quería estudiar y que trabajar suplía aquel deseo de aprendizaje. Antes de que se diese cuenta los años de noviazgo pasaron y una jovencísima María pasaba por la vicaría, encontrándose de aquel modo presa de un macho, que no de un hombre como ella creyó en su inexperta experiencia en la vida, y que muy bien su madre quiso advertirla. Al parecer aquel acontecimiento en el primer paso hacia su libertad como ella creía, la eclipsó por completo. En el horizonte que antes de su casamiento dibujo, no se veía la cordial vida que ella imaginó, ni una figura admirable quedaba para deleite de su marido, después de haberle dado un hijo. A fin de cuentas nada salió como ella pensaba. Un chico amable y cordial fue convirtiéndose en una austera pareja que no le permitía nada a lo que su madre la había acostumbrado. Dejó de ser la señorita para ser la fregona de su casa, la joven madre deformada por los partos que se sucedían sin darle tiempo a recuperarse, la enamoradiza mujer que secaba sus lágrimas después de cada encuentro con el arrebatador de sus sueños, aquel que se conformaba con un gemido fingido con tal de saciar su propia agonía amatoria. Muchas décadas pasaron, casi demasiadas, pensaba ella, así que decidida a que su cuerpo no pasara a mejor vida sin saber que era vivir, armándose de valor, llamó a otra puerta, se presentó a un certamen, apuntada a un concurso prometía esa vez ganar, pero no solo llevarse el premio, no, también optaba con aquella mención a que la nominación a ganadora le trajese consecuencias, pero como se decía a sí misma, llegar había llegado, demostrar podía ser lo que más le costase, pero ahora sabía que habría tiempo, la felicidad que auguraba llevarse aquel galardón, valía todo aquel esfuerzo.
A pesar de que nada es como se planifica, ganó el concurso y se llevó el premio, estaba dispuesta a disfrutarlo, pero debería comenzar de cero, apartando aquello que le sobraba, lo que la había identificado siempre, y para ello tenía que ser ella misma su máximo premio.
Se cortó el pelo, se despojó de sus vestiduras, se lavó con una buena ducha y se sentó en aquella caja abrazando su cuerpo...
Allí estaba, su trofeo, ella misma, sin un rastro de lo que había sido su vida, todos sus recuerdos del pasado se escondían ahora debajo de ella, dentro de aquella caja que le servía como peana para exponer su mejor premio, ella misma su trofeo.
©Adelina GN
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