Ayer a la tarde jugué al bingo. Es de esas actividades que organizan en la “Resi”. Dicen que viene muy bien para refrescar nuestra deteriorada memoria y la verdad es que me enteraba de los números que cantaban y los marcaba en el cartón, no con un lápiz o boli bic, sino con unas fichas negras que nos daban y poníamos encima de los números. Mi hija llegó a media partida. Me faltaban cuatro números para cantar el bingo y seguí jugando. No sé si le pareció bien o mal. Ella no me dijo nada y yo tampoco le pregunté. No canté bingo, me quedé a un número. Fuimos a la habitación, me puso una manta, el abrigo y nos fuimos a dar una vuelta. Bueno, esa era nuestra intención, pero arreciaba viento y decidimos quedarnos por “el patio del colegio”. No lo digo en plan jocoso. Es que en su día fue un colegio de niñas, como se dice ahora, de familias desestructuradas.
Le noté preocupada. No me quiso decir nada. Sé que era algo relacionado conmigo y no quería preocuparme. Se lo estaba pasando mal. le agarré la mano y le dije: "estamos juntas, todo se solucionará. Se le escaparon dos lagrimas de sus enrojecidos ojos. Nos dimos dos besos y se despidió. No sé cuando volvería.
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