Baltasara Humara tenía cinco años cuando vió un asesinato. Se lo calló, no dijo nada a nadie, sabía quién había matado a un vecino del pueblo. Ella vivía con sus abuelos, el día del crimen no podía dormir, se asomó por la ventana y a dos casas de la suya, álguien acuchillaba a un hombre que estaba tirado en el suelo. Estaba ibnotizada, no podía dejar de mirar, la luna llena alumbraba el hecho. Al día siguiente casi nadie comentó el asesinato, era como si hubieran encontrado un gato atropellado y nadie buscara un culpable. Nunca había sentido miedo hasta aquel momento, se daba cuenta que los mayores escondían muchos secretos, no entendía sus comportamientos, o se ponían violentos como perros rabiosos por cualquier acontecimiento o estaban sumisos y callados por otros. No entendía nada, no veía que era miedo, miedo a algo más grande, más fuerte e invisible, pero que abanzaba como una nube de tormenta cargada de odio, era la guerra. El miedo y el odio, era una convinación explosiva, podían convertir a los hombres en moustruos, envenenarlos y llegar a matarse unos a otros. Ella había sido testigo de eso, a la edad de cinco años, al ver a su abuelo matar a su vecino Arcadio Lastra.
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