Fui el primero en llegar a la escena, era complicado, me costaba mucho concentrarme en tal imagen. Impactante, un escalofrío recorría mi ser cada vez que intentaba comprender, su silueta inerte masacrada, su postura, sus colores, sus ropas manchadas y rotas. Quizás cuanto tiempo llevaba ella allí, en aquel lugar, mismo lugar con el que soñaba todas las noches de ésta última semana que no pude conciliar el sueño, era crudo y estremecedor, casi paralizante, como la sensación de estar parado al borde de un rascacielos para una persona que sufre de vértigo. Me sentía angustiado, la policía ya estaba en camino, no quería ver, pero no podía voltear. De pronto algo pasó, gritó el silencio y el ruido cayo, un viento frio sopló y entonces recordé cada sueño que tuve, cada detalle. La sensación era extraña, casi satisfactoria, ya no había más que hacer, ella estaba muerta y yo estaba a punto de alcanzarla, pues el asesino se encontraba ahí, junto a mí, observándome desde dentro, esperando el momento para impulsarme hasta mi indudable fin, escucho a la policía subir los escalones de forma agresiva, entonces me decido a dar un paso y comienzo a caer. Dentro de todo el pánico tras saber que moriré, me di cuenta de que: el terror de la inanición, solo se cura con la resignación. Apenas puedo ver el suelo y se acerca tan rápido que solo puedo pensar una vez más en su imagen y sonrío y el asesino lo hace también y luego…
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