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Por fín, silencio. No se escuchaba nada, ni el televisor, ni gritos, ni golpes sín sentido, ni taconear, ni música, ni hablar, ni portazos, ni la cadena del bater, ni la lavadora, ni las sillas arrastrarse, ni sofa arrastrandose, ni cama arrastrandose, ni la nevera arrastrandose. Juán se sentía en paz, levitando en una nube, avanzando hacía el atardecer, cerraba los ojos y se lo imaginaba, sonrriendo. Aunque Edelmira, la vecina insoportable, estubiera desangrandose a sus piés, haciendole deviles gestos de auxilio.
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