Quería cambiar de vida, pero no parecía tarea fácil. “Naciste pobre y pobre morirás”, me dijo un amigo en la mili tanto o más pobre que yo. De eso hace veinte años. Al licenciarme, volví al pueblo para seguir ayudando a mis padres en las tareas del campo y en el cuidado del ganado. Ni el campo ni el ganado eran nuestros. No teníamos más que un humilde jornal y un techo donde cobijarnos. ¿Qué otra cosa podía hacer? Sin apenas estudios, muy pocas, sino nulas, eran las posibilidades de prosperar.
Cuando por fin abandoné el pueblo y mi familia, todos me desearon suerte. “La vas a necesitar, hijo” ?me dijo mi padre?. “Ve con cuidado y no andes con malas compañías” ?apostilló mi madre.
Acabo de cumplir los cuarenta y soy muy rico. Parecía imposible, pero lo he logrado. No ha resultado fácil y he debido pagar algún peaje a cambio. Ahora soy la envidia de muchos. Mis padres, ya viejos, se enorgullecen de mí. Yo les cuento lo que quieren oír. Y ellos me creen.
Seguí los consejos de mi madre solo a medias. He ido siempre con tiento, pero no sé qué pensaría si supiera quiénes me rodean.
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