Dice Umbral que el olfato es la mirada del alma. No sé. ¡Yo qué sé! Ya quiero dejar atrás la carga de los huesos. Esta carne que huele a dolor. Porque la mar (¿el mar?) ya no me seduce. No hago el amor con la mar hace una eternidad. Eternidades pasaba en las olas. Pero ahora, seco, tosco, enfermo, aburrido y viendo llover en una soledad que tiene dientes. Y muerde. Claro.
Mi alma, que está aquí y os manda un saludo. Mi alma sale del cuerpo y amenaza con mandarse a mudar. ¡No! No te vayas, por Dios. Solo huesos no puedo ser. La calavera de la que Umbral habla, a mí me asusta. La nada también. Quédate aquí, porque las almas están sobradas de paciencia divina. ¿Qué sería de mí y de la lluvia si las almas abandonaran este cuadro que habito?
Las manos están recogiendo el dolor que cae del pecho. Así que escribo con los huesos. Esclavos.
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