A DESTIEMPO
Por Adelina Gimeno Navarro
Enviado el 19/03/2017, clasificado en Intriga / suspense
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Aquella noche Curro, no había descansado lo suficiente, despertó con la inoportuna cantinela del radio despertador de su vecino, sonando como si no hubiese un mañana. Como cada día, ese viernes no necesitaría del suyo para no llegar tarde a su puesto de trabajo, un empleo que satisfactoriamente le había proporcionado aquella estabilidad que no muchos de sus amigos tenían. Apartó la ropa de cama que lo cubría, notando que estaba empapada en sudor, sin duda no había tenido un buen sueño, más bien fue una terrible pesadilla. Ajustándose el nudo de la corbata frente al espejo, notó un ligero pinchazo en el pecho, tendría que relajarse, pensó, ya que aquel fin de semana tenía una cita con Vicen. Ella era su amiga de la universidad, la joven que como él nunca había tenido pareja y con la que a pesar de no estar casados, compartía muchas horas cada día, pues además de ser su novia era también su compañera de trabajo. Los estudios, el terminar su carrera de administrativo y un sin fin de contrariedades, les habían condicionado a retrasar años y años la boda o la posibilidad de vivir juntos. A sus cuarenta años Curro era un deportista nato, no le gustaba beber, pero algo bebía, tampoco le gustaba fumar, pero nunca dejó de hacerlo, cuando se dio cuenta ya tenía que salir corriendo y en lugar de tomar el ascensor bajó rápidamente las escaleras, maletín en mano y trajeado de Máximo Dutti subió en su coche poniéndose en marcha a la Castellana donde le esperaba su trabajo de contable de una importante firma comercial. El dolor comenzaba a molestar y a hacerse más fuerte, apretaba el esternón con sus dedos, pues le costaba respirar. Demasiado trasiego de trabajo pensaba Curro. Para colmo aquel día en Madrid no se podía circular por el centro, era uno de esos en los que se prohibía usar el automóvil por causa de la polución y él lo había olvidado. En el primer garaje publico que vio libre, aparcó, solo quedaban unos diez metros, tendría que correr un poco, pero no le importaba, si no hubiese sido porque la molestia de ahogo iba en aumento. Ya estaba allí, delante de él se encontraba aquel ancestral edificio del casco antiguo de la capital, con aquella entrada de mármol veteado, al igual que los cuatro escalones que llevaban hasta aquel ascensor de los años cuarenta. El portero su tocayo el sr. Paco, le saludo quedando extrañado pues nunca le vio con un aspecto tan sofocado, sin duda el trabajo tan ajetreado que tenían los empleados de la oficina era estresante en demasía, y algunos se tomaban unos días de vacaciones de vez en cuando para compensar aquella situación. Lo que nunca había hecho Curro, que llegó frente al ascensor sin aliento y jadeando, reflexionando en voz baja, que estaba cansado de aquella vida sin sosiego, ni descanso y abriendo aquella contrapuerta que le dejaba pasar a su interior dijo: Ojalá que nunca más tuviese que entrar aquí, pues sé lo que arriba me espera. Dentro de él, Curro comenzó a sentirse peor, la vista se le comenzó a nublar, olía aquel olor desagradable a barniz que odiaba y como la vieja máquina chirriaba ahora con el ascenso al piso cuarto donde estaba su despacho. Los segundos se le hicieron interminables de vez en cuando un salto inesperado provocaba que sus latidos se convirtieran en una arritmia o de golpe sintiese como si se le parase el corazón. Sintiendo la misma ansiedad pero agravada que sentía en su puesto de trabajo. Al entrar en el despacho todos incluso Vicen, se acercaron a preguntarle por el retraso, pero no le dio tiempo a responder cayó fulminado a los pies de su novia, llamando inmediatamente a los servicios de urgencia...
En la ambulancia le trataron por un infarto de miocardio, los primeros auxilios parecían que lo habían estabilizado, ahora se encontraba sedado, intubado y con el estado de relajación que estaba deseando y que a destiempo estaba teniendo...
Despertó y se vio en casa en su cama, rodeado de Vicen y de dos de sus amigos, parecía haber perdido la noción del tiempo, y se encontraba fenomenal, nada que ver con la situación que había vivido. Respiraba de lujo, nada de opresión en el pecho y una sensación la mar de saludable. Comunicando su bienestar a los presentes, los que le miraban diciendo el buen aspecto que tenía, pero ahora empezaba a complicarse todo, sus amigos le decían que tenía que volver al trabajo... Curro se negaba a hacerlo, argumentando que ahora estaba tranquilo y quería disfrutar de su prometida y de su vida. De pronto como si de una secuencia de película se tratase se vio delante de aquel viejo ascensor, sus amigos lo sujetaban cada uno de un brazo obligando a Curro a entrar en el, desesperado no comprendía que estaba pasando, mientras y en contra a su voluntad lo introducían en el ascensor de madera de espaldas, cerrando la contrapuerta y dejándolo a oscuras y sin visión alguna.
Curro deseaba relajarse, tranquilidad y no tener que entrar nunca más en aquel ascensor, lo consiguió al morir de aquel infarto a destiempo y por consecuencia no entraría, su extracorpórea energía al no ser el momento confundiría el ataúd con aquel indeseado transportador.
No subestimemos nunca nuestros deseos, pueden llegar hacerse realidad, pero no de la forma deseada.
©Adelina GN
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