Arroz

La ceremonia estaba prevista para las 09 hs. Fiel a mi estilo, minutos antes me hice presente en el lugar.

Luego de subir dos pisos por las escaleras abarrotadas de gente desemboqué en una amplia galería. Abriéndome paso entre la multitud me dirigí hacia donde en la portería me habían indicado.

A medida que avanzaba empecé a divisar caras conocidas entre la muchedumbre.  Los primeros con los que me crucé fueron los contrayentes, brillaban de alegría. Luego de saludarlos, y cuando me disponía a saludar al resto de los presentes, se abrió una puerta ubicada casi al final de la galería y la jueza de turno nos invitó pasar. La ceremonia estaba a punto de comenzar.

La sala era pequeña, pero las sillas alcanzaron para todos los presentes. Llegó la hora de la verdad.

El discurso de su señoría, si bien fue escueto, se me hizo interminable y aburrido. Entre otras cosas se dedicó  a relatar la  importancia de la familia para el estado.

….”Las familias son fundamentales para el desarrollo integral de la sociedad. Familias fuertes, saludables y sostenibles, derivan en sociedades fuertes, saludables y sostenibles…”

- Los declaro marido y mujer-

Aplausos, besos, gritos, algarabía.

Otra vez la galería, mucha gente, mucho ruido.

Descendí por las escaleras. Varios presentes en la ceremonia lo hicieron antes y cuando llegué a la puerta del edificio me entregaron un paquete de arroz ya abierto para que colabore con el tradicional recibimiento a los recién casados.

Luego de la lluvia de cereal, abundante por cierto, nos desplazamos hacia un costado de la puerta para liberar el paso. Minutos más tarde decidí que era hora de irme. Besos, abrazos, felicitaciones y partí.

Al pasar por la puerta, un niño descalzo y en cuclillas con una bolsita entre sus manos juntaba arroz.