Alrededor mío podía oír tenedores y cucharas batallando con los platos, pequeñas conversaciones sin importancia y una risa que me resultó familiar. Era ella. Estaba acompañada de un hombre. Uno que no había visto antes. Las risas ahora tomaban más y más protagonismo. Sus risas acaparaban mis oídos. Eran cuchilladas lentas y punzantes. Dolorosas aún. Todo lo demás se volvió ajeno y distante. Cada movimiento de los labios del hombre era seguido infaliblemente por una catarata de risas que mi memoria no recordaba tan grotescas.
¿Será que me vieron? ¿Seré yo la causa de esas risas explosivas y tan bien sincronizadas? Las risas eran cada vez más molestas. Urgían por mi atención y lastimosamente la tenían secuestrada. De pronto la comida me resultó insípida y el lugar abrumador. Lancé una mirada y quedé levemente perplejo. La escena era lamentable. Estaba viendo una marioneta de mujer riendo ante un ridículo payaso que podía estar usándome como objeto de bromas.
Vuelve a reír de esa manera y no respondo por mis actos. Y así sucedió. No quedaba más por hacer. Solté los cubiertos con furia y me levanté del asiento al instante. Nadie se va a burlar de mí así. El sujeto entonces también se levantó y se dirigió hacia el baño. Perfecto. Iré tras él. Un par de golpes serán suficientes para callarle la boca y arruinar su cena.
Pero entonces vi su mirada. Esa mirada de admiración, llena de amor. Una mirada que tiempo antes había visto sobre mí. Desnudando mi ser y acariciando mi alma. Levitándome y anestesiándome de todo tipo de dolor. Comprendí que golpear al sujeto sería abatir directamente la felicidad de la mujer que alguna vez amé. Esa felicidad que logró encontrar conmigo pero fue tan fugaz como la vida de una burbuja de jabón. Un día fui el dueño de esas carcajadas y hoy estoy a punto de matar para no volver a oírlas más.
Entendí en ese momento que la felicidad no es una sola. Son muchas. La vida viene a ser un enorme laberinto con muchas salidas; en cada salida podemos encontrar felicidad. Pero esta no es eterna; es pasajera. Pronto se irá y habrá que retornar al oscuro laberinto en busca de otra salida y, en lo sucesivo, otra pequeña dosis de felicidad.
Mi furia fue apaciguada de golpe y ya no sentía más deseos de golpear al hombre de la risa grotesca. Solo atiné a detener mi marcha y observarla un poco más hasta que sus ojos volvieron al plato de comida. Di vuelta atrás y salí del restaurante. O lo que quedaba de él. Ya no tenía más hambre.
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