Los muertos huelen a café

Hace un segundo que morí y estoy arrepintiéndome de. 

Otros muertos se acercan a hacerme compañía. Tíos simpáticos. Algunos conocidos. Lo pasamos pipa, aseguran. No hay frío, no hay calor. Eso sí, no te pases de la raya porque aquí no termina el examen. Yo paso de los exámenes. No tengo el Graduado Escolar, así que. Pero mira que se te puede caer el pelo. Sé lo que quieres decirme. Tranquilo. No tendré el Graduado Escolar, pero soy buen tipo. Creo.

Me huelen y dicen que huelo a vivo todavía. O sea, que apesto. 

Los muertos huelen a café. A café recién hecho. Otros huelen a libro viejo. A papel de periódico. Hay murtos con mucha suerte que huelen a tierra mojada. A salitre. Son los santos. Pero no está mal oler a café cuando tienes la eternidad para caminar sin agotarte. 

Me arrepiento de no besarte más.

Me arrepiento de haber hecho el amor 

imponiéndote la rutina.

Me arrepiento de no ir al cine juntos más veces.

O al teatro, o a la ópera, a al musical ese que tanto te gustaba.

Me arrepiento de no jugar más, cuando niño y contigo.

Me arrepiento de llevar a cuesta una languidez tan cara.

Me arrepiento de que una vez y para siempre dejé de llamarte carita de luna.

¿Por qué? Mi carita de luna en la playa. Eras tú. Eres.

Han pasado más segundos en esta muerte que se presenta educada, guapa, mujer plenamente. Femenina a tope. ¿Una actriz de cine de los años cuarenta? ¿Un personaje de novela de?

Espero que seamos amigos. Puedes llamarme Luz. Todos aquí me llaman Luz. Otros, los menos, señora Luz, pero son los más jovencitos. Los enamorados. ¿Qué puedo hacer yo? Pero tú puedes llamarme Luz. ¿De acuerdo? De acuerdo. Así es. Yo te llamaré Cipriano, que me gusta más que Lorenzo. Y ya iba siendo hora de que te dejaras llamar Cipriano. ¿Quieres besarme?

Y por primera vez no me arrepentí de un beso eterno.