Se detuvo entre el tumulto de gente, e inhaló con una gran satisfacción.
Observó detenidamente a quienes lo rodeaban, y sonrió irónico.
¡Lo que le esperaban! Ellos no tenían ni la menor idea de lo que les iba a suceder si no daban un paso atrás.
-Míralos, Rudolf, solo míralos.
Soltó de pronto, con su voz ronca.
Le estaba hablando a un viejo amigo, a uno que hacía bastante tiempo había dejado de existir. Y que ahora era uno junto con el viento y con los recuerdos de aquel viejo vasco, situado en medio de un gentío.
Alzó su tosca mano hacia el sol que se ocultaba perezosamente, y que pintaba con talento, a las nubes que se cernían a sus lados, de un rozado fantasía-
-Fantasía...
Volvió a hablar. Y suspiró trágicamente.
- Míralos cómo se sumergen en aquella fantasía, en una vida monótona, presos de una existencia despiadada e ilógica. ¡Si tan solo se voltearan hacia mí y oyeran mis palabras! ¡Oh, pobres de ustedes!
Presionó sus ojos con el dorso de ambas manos y se mantuvo así por algunos momentos. Hasta que volvió a sonreir.
- ¡Bueno, después no vayan por ahí dicendo que yo no les advertí!
Sus ojos marrones se volvieron a posicionar en el cielo, ya semi oscuro, y se carcajeó.
- Rudolf, tenías razón...
Rió por lo bajo, meneando la cabeza en un suave vaivén.
- Siempre la tuviste... Estas personas... ¡Oh, pobres de ellas! Que no saben que están muriendo, sin necesidad de alguna herida física. Pero yo, ¡No! Yo me voy a salvar. Prefiero acabar con esto antes que sumergirme junto con ellos, en una vida de mierda, donde ni ellos saben el por qué de las cosas.
Desesperado, agitó su cabello.
- No preguntan, solo hacen, ¡Y qué calladitos! No pelean, se derrumban. ¡No se manifiestan, solo aceptan! ¡¿Es tan difícil vivir?! ¡Pero vivir de verdad!
Palpó un bolsillo de su abrigo y asintió con la cabeza.
- Parecen máquinas, Rudolf. Solo mirálos, caminan como si fueran máquinas sin almas, ¡Unas desdichadas almas! Almas... ¿No ven que estan envenenando su espíritu?
Metió una mano en el bolsillo palpado, y de allí sacó un arma. Pequeña, pero letal.
- Siempre tuviste la razón. Me dijiste que cuando uno nacía, moría, y que cuando moría, ya no se pertenecía a uno mismo, ni a nadie. Me preguntaste: "¿Qué cambiaré yo, existiendo? ¿Y muerto? Creo que muerto haré más que vivo.
Asomó el arma a sus ojos, estudiándola.
- Y la verdad, es que todos estamos igual. Y tuviste razón. Uno hace más estando muerto que vivo. Pero a diferencia de tí, yo creo que, si morís, vivís, pero en otro mundo, de otra manera. Está en uno elegir si una u otra cosa, y la mayoría elige esto.
Señaló a los transeúntes con el arma.
- Pero quizás yo me equivoco, y después de morir seguiré muerto. ¡O qué sé yo!
Exclamó abatido, en un levantamiento brusco de hombros y soltó una risa gutural.
- ¡¡Pero prefiero esto a que "vivir" como ustedes, INSENSATOS!! ¡NO PIENSO CONTINUAR FINGIENDO QUE NO SÉ NADA, QUE NADA ME IMPORTA...! ¡¡¡¡¡QUE SOY COMO USTEDES!!!!
Se apuntó en la sien con el arma, y lloró por ellos, y rió de felicidad por él, porque ya no tendría que "vivir" una mentira, una fantasía, UNA INSENSATEZ injustificada.
Y disparó.
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