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El flaco, al escuchar la voz de su mujer intacta esta mañana, lleno su corazón de júbilo y alegría. Con sus besos, caricias y abrazos, le dijo que hoy no moriría. Contento y con cara de enamorado, preparó buen desayuno. Mientras todavía estaba en la cocina, en ese momento, en calle Miraflores esquina las mercedes, las veredas se alborotaban de gente. Al regresar al dormitorio con la bandeja sostenida en sus manos, observó pálido como los recuerdos vividos entre ellos, se fugaban por la ventana desde la habitación lúgubre de los ojos verdes, y moribundos de su flaca.
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