LA CASA SOLITARIA
Por Adelina Gimeno Navarro
Enviado el 28/03/2017, clasificado en Intriga / suspense
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Las sombras comenzaban a caer sobre el pueblo, en aquel anochecer frío, mientras las puertas de las casas iban cerrándose dejando bien ocultos los secretos de las mismas...
Al amanecer Pedro se levantaba el primero para llegar al campo donde le esperaban los quehaceres de la jornada. Luisa le acompañaba, pero sus tareas eran otras, su única hija Geles, requería toda su atención, había nacido antes de tiempo y la niña crecía enfermiza. Con el paso de los años nada había cambiado y a la niña había que acompañarla al colegio que se encontraba a las afueras, ayudarla a comer y hasta peinar su larga melena pelirroja. Uno de aquellos días ocurrió lo que siempre Luisa había temido... Después de la clase, y cuando su madre había ido a recogerla la crueldad de los niños creó una situación violenta. Aquellos seis años no enmudecieron las ansias de saber porque Geles tenía el cabello rojo y no negro como el de sus papás. Pregunta que no fue contestada por Luisa que después de mirar a las otras madres salido andando cabizbaja dejando atrás el interrogatorio. Al pasar cerca de la casa solitaria esperaron a Pedro, que trabajando en ella aseguraba más beneficio a su familia, para cuando los jornales de la huerta flojean. La niña salió corriendo al ver a su padre, abrazándose a él a mitad de camino, su cabeza quedó a la altura de la cintura de Pedro, fijando desde allí su mirada en la casa. Aquella mansión a la entrada del pueblo situada sobre la pequeña ensenada, pertenecía a una de las familias más pudientes de allí, un lugar y unos habitantes sobre los que siempre se había cernido el misterio. Pero todo aquello no afectaba en lo más mínimo a Geles, que no sabía el motivo pero desde bien pequeña se le había prohibido acercarse a la casa. Después de aquel encuentro con su padre regresaron, pero Pedro no volvió allí nunca más, la casa nunca volvió a iluminarse, y Luisa le decía una y mil que allí no se acercase. Por eso cuando fue creciendo, su interés por las prohibiciones iba en aumento, al igual que la atracción que sentía cada vez que cruzaba por delante de aquel sendero y su mirada grababan en su mente cada una de las ventanas por las que hubiese querido asomarse. Una noche y a la hora de la cena que era cuando coincidían ellos tres siempre, sentados en la mesa, la joven Geles pidió a sus padres un poco de atención, quería pedirles que le diesen autonomía, no quería que la acompañase a los sitios, ni que la protegieran como lo hacían, pues como aquel día en el colegio cuando era una niña, había habido muchos y cansada de ser llamada la niña mimada, pedía poder demostrar que no era una mujer débil, que no pasaba nada por no depender de ellos. Así les pedía confianza, para permitirse ir con sus amigos y hacer lo que ellos tranquilamente hacían sin temor a sus padres. Los meses pasaban y el invierno regresaba para quedarse, los días eran cortos, grises y desapacibles, atrás quedaron los días soleados de excursiones y alegres fiestas permitidas, olvidándose en todo momento de la casa solitaria que como ella decía de pequeña, la llamaban. Por aquellas fechas solía nevar, algo que a Geles le encantaba, caminar por la nieve y detenerse creando bolas era lo que más le gustaba. Aquella noche al volver a casa hizo lo propio, parándose delante de aquella casa, miró hacia ella, sintiendo como una fuerza extraña que la atraía como un imán. Recordó lo que siempre le dijo su madre y hasta volvió la cabeza para mirar desde allí su propia casa, nadie la veía, se cercioró de que su madre no estuviera esperándola en la puerta como otras veces y comenzó a subir aquella cuesta... Ya estaba arriba, se acercó a la ventana y colocó sus manos para mirar dentro, no entendía su deseo de acercarse hasta allí, estaba temblando, tenía miedo pero aquella fuerza enigmática lo era más que ella. Por un momento le pareció que la llamaban por su nombre, tiritaba de frío y entonces la puerta comenzó a abrirse despacio... Dentro todo el mobiliario estaba cubierto con sábanas, que apenas se veían a causa del polvo y las telarañas. Caminaba paso a paso sintiendo como el suelo de madera chirriaba debajo de ella, alguien la estaba observando, notaba su presencia y se volvía repetidas veces, pero no encontraba a nadie. De pronto una sombra arriba de la escalera hacía que Geles dejará de respirar, conteniendo así su grito al escuchar perfectamente su propia voz que la llamaba para subir. Sin saber el misterio y poder que se encerraba allí dentro con ella subió aquellos escalones deteriorados por el tiempo, recorrió un corto pasillo y vio aquella puerta entreabierta de la única habitación que estaba iluminada. Terminó de abrirla y entró... era la estancia de un bebé, llena de juguetes, por eso lo supo, y con una cuna muy diferente a la que todos los niños tienen, una silla de ruedas y varios aparatos metálicos reposaban sobre la cama. Allí nada había sido cubierto todo permanecía a la vista, recordó entonces que una vez escuchó hablar a Luisa, seguramente para asustarla, que la casa fue abandonada después de morir allí una niña... Desde donde estaba veía toda la habitación, pero quiso acercarse al mueble donde se veían unas fotografías, para cuando llegó, su tranquilidad era absoluta, ya no tenía miedo, ni frío tan solo temblaba un poco cada vez que escuchaba su voz diciendo que las mirase. Con aquel temblor comenzó a apartar la tela de araña que las cubría, y su rostro se desencajó al verse en una ellas a la edad de seis años...
Salió de allí despacio, apretando sobre su pecho aquel marco que llevaba la fotografía de una niña difunta...
Sin duda abrazaba la prueba por la que ahora sus padres tendrían que contarle toda la verdad sobre su hermana gemela... y que gracias a ella había encontrado...
©Adelina GN
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