HISTORIA DE UN ESCRITOR 1
Por franciscomiralles
Enviado el 01/04/2017, clasificado en Cuentos
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Aquella noche de un Fin de Año cualquiera mientras Daniel Hernández iba con su mujer y su
hijo pequeño a la casa de unos parientes de ésta para celebrar aquel evento recordaba que
desde bien joven aquellas fiestas navideñas no le gustaban en absoluto. Le parecían que eran
una falsedad.
Precisamente en estas especiales reuniones familiares aunque en principio todo el mundo
aparentaba cordialidad llegaba un momento álgido en el que tras haber bebido alcohol más
de la cuenta solían salir a flote las agrias desaveniencias familiares que se habían estado
gestando en el ánimo de los allí presentes a lo largo del tiempo dando lugar a que aquella
postiza alegría inicial se desvaneciera como el humo de un cigarrillo. Mas en caso de que eso
no sucediera; de que no saltasen chispas emocionales que hicieran saltar por los aires a la
reunión familiar, ésta resultaba ser la cosa más insulsa y aburrida que cabía imaginar por la
sencilla razón que los comensales al estar inmersos en una mediocridad cotidiana que para
ellos era sinónimo de estabilidad anímica, eran incapaces de establecer un diálogo
vivaz.
Daniel Hernández no se equivocaba en sus juicios de valor. Efectivamente durante la velada
con aquellos parientes nuestro hombre advirtió que allí todo el mundo hablaba por los codos
de un sinfín de nimiedades que a él ni le iban ni le venían; así como también se cotilleaba
acerca de terceras personas con lo cual le ponían la cabeza como un bombo. Y por otra parte
algunos comensales mientras devoraban lo que tenían en el plato les daban por extenderse
en una interminable disertación sobre cualquier incidente y daban un gran rodeo dialéctico con
muchos eufemismos para terminar no diciendo nada de importancia. Se hablaba porque se
tenía lengüa y no había más.
Pero lo peor de todo era que a la vez en medio de aquel vociferío como si se estuviese en un
Mercado, nadie escuchaba a nadie. En conseciencia si por ventura o desventura a Daniel se
le ocurría dar su opinión sobre algo, enseguida quienes le rodeaban le giraban la vista y no
le prestaban la más mínima atención; lo dejaban con la palabra en la boca; asi como tampoco
nadie se molestaba en interesarse por su vida. Daniel se había convertido en el invitado de
piedra.
Y como hacía muchos años que él siempre había visto aquella misma tónica en otras reuniones
sociales aunque con grados de más y de menos, terminó por hartarse de aquella
comedia social que no le aportaba nada. Por eso como desde la infancia se había sentido muy
atraído por los relatos, por la lectura de todo tipo que con sus historias, sus
revelaciones didácticas le hacían vibrar ya que le ofrecián una consistencia argumental que
contrastaba con lo que veía en su entorno y por tanto le compensaban del vacío existencial,
empezó a priorizar su mundo cultural por encima de lo demás.
De manera que cuando hablaban con unos o con los otros, sin darse cuenta se expresaba
con ciertos términos literarios que no se empleaban a pie de calle, por lo que quienes le
escuchaban pensaban que era un tipo pedante que se escuchaba a sí mismo.
Pero no sólo eso, sino que además también tuvo una gran necesidad de escribir, de contar
historias en las que fueran implícitos sus pensamientos emanaban de su genuína manera de
ser. En una palabra Daniel deseaba ser escuchado, y amado por lo que él era en realidad y no
ser utilizado según las conveniencias sociales. Y para llevar a cabo su propósito se valió como
punto de partida de las personas que había conocido a lo largo de su vida, o de las
experiencias que había vivido con anterioridad; de ese modo también exorcisaba los malos
efluvios que se desprendían de las mismas que le causaban un malestar.
Por todo ello cuando Daniel salía de la empresa en la que trabajaba, al llegar a su hogar se
encerraba en su despacho que venía a ser su santuario intelectual, tomaba su ordenador
portátil y se ponía a escribir, o a corregir una y otra vez sus novelas abstraíendose de
cualquier incidencia exterior que le pudiera molestar. Pues para él lo más importante en la
vida era poder crear como si fuese un pequeño dios personajes, situaciones en la pantalla
que curiosamente al llegar a un punto determinado dichos personajes adquirían vida propia
y se imponían a la voluntad del autor.
En un principio, cuando Daniel terminaba una novela la llevaba cansinamente de un editor a
otro, pero le dijeron que si no se presentaba a un concurso literario y ganaba un premio no
había nada qué hacer porque en definitiva él era un desconocido de aquel mundillo. Daniel
con toda la paciencia del mundo siguió aquella recomendación, mas no tardó en darse cuenta
que en dichos cetámenes literarios también habían favoritismos, y en vista de tales dificultades
optó por editarse él mismo las obras que escribía.
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