HISTORIA DE UN ESCRITOR 1

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Aquella noche de un Fin de Año cualquiera mientras Daniel Hernández iba con su mujer y su

hijo pequeño a la casa de unos parientes de ésta para celebrar aquel evento recordaba que

desde bien joven aquellas fiestas navideñas no le gustaban en absoluto. Le parecían que eran

una falsedad.

Precisamente en estas especiales reuniones familiares aunque en principio todo el mundo

aparentaba cordialidad llegaba un momento álgido en el que tras haber bebido alcohol más

de la cuenta solían salir a flote las agrias desaveniencias familiares que se habían estado

gestando en el ánimo de los allí presentes a lo largo del tiempo dando lugar a que aquella

postiza alegría inicial se desvaneciera como el humo de un cigarrillo. Mas en caso de que eso

no sucediera; de que no saltasen chispas emocionales que hicieran saltar por los aires a la

reunión familiar, ésta resultaba ser la cosa más insulsa y aburrida que cabía imaginar por la

sencilla razón que los comensales al estar inmersos en una mediocridad cotidiana que para

ellos era sinónimo de estabilidad anímica, eran incapaces de establecer un diálogo

vivaz.

Daniel Hernández no se equivocaba en sus juicios de valor. Efectivamente durante la velada

con aquellos parientes nuestro hombre advirtió que allí todo el mundo hablaba por los codos

de un sinfín de nimiedades que a él ni le iban ni le venían; así como también se cotilleaba

acerca de terceras personas con lo cual le ponían la cabeza como un bombo. Y por otra parte

algunos comensales mientras devoraban lo que tenían en el plato les daban por extenderse

en una interminable disertación sobre cualquier incidente y daban un gran rodeo dialéctico con

muchos eufemismos para terminar no diciendo nada de importancia. Se hablaba porque se

tenía lengüa y no había más.

Pero lo peor de todo era que a la vez en medio de aquel vociferío como si se estuviese en un

Mercado, nadie escuchaba a nadie. En conseciencia si por ventura o desventura a Daniel se

le ocurría dar su opinión sobre algo, enseguida quienes le rodeaban le giraban la vista y no

le prestaban la más mínima atención; lo dejaban con la palabra en la boca; asi como tampoco

nadie se molestaba en interesarse por su vida. Daniel se había convertido en el invitado de

piedra.

Y como hacía muchos años que él siempre había visto aquella misma tónica en otras reuniones

sociales aunque con grados de más y de menos, terminó por hartarse de aquella

comedia social que no le aportaba nada. Por eso como desde la infancia se había sentido muy

atraído por los relatos, por la lectura de todo tipo que con sus historias, sus 

revelaciones didácticas le hacían vibrar ya que le ofrecián una consistencia argumental que

contrastaba con lo que veía en su entorno y por tanto le compensaban del vacío existencial,

empezó a priorizar su mundo cultural por encima de lo demás.

De manera que cuando hablaban con unos o con los otros, sin darse cuenta se expresaba

con ciertos términos literarios que no se empleaban a pie de calle, por lo que quienes le

escuchaban pensaban que era un tipo pedante que se escuchaba a sí mismo.

Pero no sólo eso, sino que además también tuvo una gran necesidad de escribir, de contar

historias en las que fueran implícitos sus pensamientos emanaban de su genuína manera de

ser. En una palabra Daniel deseaba ser escuchado, y amado por lo que él era en realidad y no

ser utilizado según las conveniencias sociales. Y para llevar a cabo su propósito se valió como

punto de partida de las personas que había conocido a lo largo de su vida, o de las

experiencias que había vivido con anterioridad; de ese modo también exorcisaba los malos

efluvios que se desprendían de las mismas que le causaban un malestar.

Por todo ello cuando Daniel salía de la empresa en la que trabajaba, al llegar a su hogar se

encerraba en su despacho que venía a ser su santuario intelectual, tomaba su ordenador

portátil y se ponía a escribir, o a corregir una y otra vez sus novelas abstraíendose de

cualquier incidencia exterior que le pudiera molestar. Pues para él lo más importante en la

vida era poder crear como si fuese un pequeño dios personajes, situaciones en la pantalla

que curiosamente al llegar a un punto determinado dichos personajes adquirían vida propia

y se imponían a la voluntad del autor.

En un principio, cuando Daniel terminaba una novela la llevaba cansinamente de un editor a

otro, pero le dijeron que si no se presentaba a un concurso literario y ganaba un premio no

había nada qué hacer porque en definitiva él era un desconocido de aquel mundillo. Daniel

con toda la paciencia del mundo siguió aquella recomendación, mas no tardó en darse cuenta

que en dichos cetámenes literarios también habían favoritismos, y en vista de tales dificultades

optó por editarse él mismo las obras que escribía.

 

 

 

 

 


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