EL ALQUIMISTA DEL AMOR
Por Adelina Gimeno Navarro
Enviado el 03/04/2017, clasificado en Intriga / suspense
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En aquel pequeño pueblo volvía a ser fiesta, y tras el largo invierno, la primavera de nuevo daba alegría a sus calles... Las jovencitas Carol y Angie no daban crédito a lo que veían, la caravana de las atracciones feriales entraba en el pueblo. Le abría paso la banda, con bombo y platillo, a merced de algunos de ellos, la mayoría eran más viejos que el hilo negro. Aquello argumentaban las dos chicas, quedaron prendadas del mago que hacía su entrada magistral entonces, con capa y chistera inclusas. Movía su varita mágica al compás de la música, jugaba con ella pasándola entre sus dedos, aquella destreza dejó prendada a la gente, al igual que nuestras amigas que permanecieron unos minutos con la boca abierta, hasta que pasó por delante de ellas. Muy sonriente el ilusionista se acercó y con un gesto gracioso, una a una fue cerrando sus bocas con su mágico utensilio de trabajo. Las dos adolescentes quedaron prendadas de aquel chico que les doblaba la edad, y aunque no echaron cuentas, desde aquel día frecuentan la feria y hasta fueron invitadas por él a cenar y de verbena, celebrando con ellas sus recién estrenados dieciocho años. El mago Prints, como se le conocía en el mundo de los feriantes, no tardó en enamorarse, su madurez y experiencia en amoríos era más que sabida entre los componentes de aquella peculiar familia, pero aquellos festejos pasarían y todo volvería a la normalidad. Los días transcurrían y la amistad crecía entre ellos, ellas eran dos amigas inseparables, aunque Carol encontraba siempre el momento idóneo para apartar a Angi y quedarse asolas con él. En una de aquellas funciones de éxito absoluto el mago hipnotizó a una persona del público, bajo la auténtica mirada de asombro de las dos jóvenes que al terminar la función le sorprendieron con una batería de preguntas todas al respecto. El mago alardeando de su poder les explicó hasta donde quiso, el resto todo fue pura palabrería para convencerlas de que una de ellas se presentase al día siguiente al juego de magia. Ese mismo día sería su última función, el barracón estaba repleto de personas del pueblo que habían oído hablar del mago y de su facilidad para la hipnosis, y querían comprobar que aquello de lo que hablaban era cierto. La mayoría gente joven y de mediana edad que no acostumbran a tener miedo de los trucos de magia. Llegando la medianoche se comenzaba en el escenario a preparar el espectáculo, sus ayudantes cerraban las puertas del local que estaba abarrotado colocándose unos antifaces y cruzándose de brazos delante de ellas custodiando su clausura. Minutos después el mago Prints se presentaba usando de sobrenombre el de alquimista del amor. En ese momento muchos de los jóvenes allí presentes se miraban entre ellos y sonreían, porque uno de los requisitos que pedía el mago para que subieran al escenario era que tenían que estar enamorados, pero que muy enamorados, Repitió él varias veces, miro entonces a Carol y a Angi preguntándoles cuál de las dos estaba más enamorada para ocupar una de aquellas sillas dispuestas allí para los hipnotizados. Las dos jóvenes se acercaron, con la misma intención, pero solo una era la auténtica enamorada. Una vez allí arriba y sentada en la silla que estaba esperándola, comenzaba todo, Prints sacaba de su bolsillo un antifaz como el que llevaban los improvisados porteros y a su vez estos mismos se movían entre la gente soplando a sus ojos unos polvos que les hacían ir cayendo al suelo dormidos. El mago hacía lo propio con la sentada que tenía delante dejando para el final a la joven...
Unas horas después todo el público presente comenzaba a despertar, las puertas ahora permanecían abiertas y en el escenario también empezaban a escucharse las primeras preguntas y a mirarse con verdadera confusión.
Ya y de camino a otro pueblo la caravana del mago Prints al frente de todas ellas no perdía el tiempo alejándose de aquel pueblo...
Prints estaba seguro de que Carol no tardaría en despertar... De entre todas la encontraba la más hermosa, aunque Virginia también lo era y Bárbara no tenía nada que envidiarles, pero luego estaba Mónica y Carolina que eran dispuestas y buenas cocineras. Sus mujeres para él constituían un tesoro y jamás protestaban, claro que las amenazas de cargar sobre padres y hermanos o cualquier miembro familiar, si descubren en posteriores pueblos la verdad sobre Prints, las mantenía mudas, ni se atrevían a repetir el nombre con el que las habían bautizado... Por eso ahora Calor se llamaría como su pueblo Edina.
©Adelina GN
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