Un regalo para mi esposa Parte I
Por Prometea
Enviado el 20/04/2017, clasificado en Adultos / eróticos
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Somos un matrimonio promedio. Y en el tiempo promedio empezamos a fantasear con un tercero en la cama. Si, un tercero, no una tercera.
Al hacer el amor mientras la penetraba con mis 16 centímetros, le susurraba al oído, “¿te gustaría sentir otra verga?”… ella solo gesticulaba no sé qué cosas. Yo insistí: “imagínate una verga grande y gruesa. Imagínate que otro te la meta igual que yo”. Si ella quería fingir que no se excitaba, era inútil, inmediatamente su lubricación se aceleraba al mismo tiempo que sus jadeos de placer.
Entre gemido y gemido ella trataba de preguntar inocentemente; “pero, ¿tú estarías ahí? ¿Cómo lo haríamos? ¿Con quién? ¿Cuándo?”, hasta que finalmente terminaba. Después del orgasmo venía un sentimiento mutuo de arrepentimiento. Pero eso también cambió. Con el tiempo mientras reposábamos nuestro amor. Ella volvía el asunto: “Ayy no Arturo, eso es muy peligroso. ¿Qué tal si nos contagian algo o pasa otras cosa?”… Yo la calmaba diciéndole que eso se tendría que planear muy bien y que escogeríamos a alguien adecuado.
Por fin llegaron las vacaciones y pensé en Cuba. Ella aparentemente se había olvidado del asunto de la aventura sexual hasta que en un paseo por el malecón, se nos empezaron a cruzar unos especímenes masculinos que excitaron mi homosexualidad al máximo. “¿Ya viste? ¡Qué bárbaro! Ese está guapísimo con ojos verdes, delgado y musculoso. Además se ve que la tiene como un tremendo garrote”.
Después de ese paseo llegamos al hotel desesperados por tener sexo. En ese momento retomábamos nuestro viejo anhelo. Pero fue hasta el tercer y antepenúltimo día de vacaciones en el que era cumpleaños de ella. Pedimos cena al cuarto y entonces recibí la llamada. Ella se sorprendió de que alguien me hablara ahí. Le dije que era de la recepción por algo que había encargado.
Antes le había pedido que se pusiera un negligé negro y una tanga transparente. Le prometí que haríamos el amor como nunca. Ella no es ninguna modelo y el tiempo y la gravedad ya mostraban sus efectos en sus carnes y las mías. No obstante, al verla así, con esa ropa transparente, pubis perfectamente depilado, maquillada para un concurso, su cabello húmedo todavía, tuve una erección instantánea. Empecé a acariciarla. Me puse de rodillas y chupé su clítoris a través de esa tanga transparente. Me levanté y así parados la penetré sin que se quitara nada. Cuando sentí que estaba completamente mojada, sorpresivamente se la saqué y ella abrió los ojos sin comprender que me pasaba. Le pedí que fuera a la cama, ella se acostó, apagué la luz y le pedí que me esperara un momento.
Bajé y subí en menos de un minuto, pero ya no regresé solo. Ella comprendió de inmediato lo que estaba pasando y solo atinó a fingir que estaba dormida. Nuestro Apolo moreno se quitó sus pants y su playera de marca que algún matrimonio gringo le había “regalado”. No me pude contener y me fui directo a su enorme bulto. Ya había platicado con él y me había dicho que era completamente bisexual. Se lo chupé desesperado de excitación sabiendo que mi esposa veía de reojo. Después de unos segundos, le hice la seña para que acariciara a mi esposa. Lo hizo delicadamente. Mi esposa se sobresaltó con un leve gemido. ¡Estaba excitadísima y super nerviosa!
Yo no soltaba el falo que ya tenía más de 18 centímetros y se seguía poniendo cada vez más duro. Cuando puso su manaza en el pubis de mi mujer, ella se volteó francamente boca arriba para recibir la caricia. Abrió las piernas y él empezó a besarla al mismo tiempo que acariciaba sus pechos e introducía su ensalivado dedo que parecía medir igual que mi miembro, en la cueva inundada de mi mujer.
Ella arqueó la espalda en señal de un intenso placer completamente desbocado. Yo ya estaba saboreando los jugos preseminales de nuestro macho. Lo solté y le dije al oído a ella: “ahora te van a meter una verga de verdad, como siempre has querido: grande, dura, venuda y muy dura”.
Abrió los ojos y solo se retorcía del placer. “¿Pero y la protección?”. Yo le dije, “es un prostituto profesional y me acaba de enseñar su certificado de sanidad. Hace tres días pasó sus exámenes de sangre y todo lo que se le pueda examinar. Sabe además que es nuestra primera vez”.
Cuando di la señal y él se puso en posición con 19 centímetros de un garrote duro pero suave como la seda, con la pura imagen de ese animal sobre mi esposa a punto de ser sacrificada en el placer más intenso de toda nuestra vida, no pude más y me vine. Cuando escuché el ¡¡¡haa!!!, prendí la luz. La besaba frenéticamente con esos gruesos labios, sus manos tomaban sus nalgas con fuerza. ¡Parecía que la iba a romper! Mi esposa parecía que se desmayaba y volvía en sí en un ciclo interminable. Creo que no se reponía de un orgasmo cuando ya venía otro. La estaba bombeando con una fuerza brutal. Sus labios del pubis se movían como una mariposa que quiere volar y no puede. Se la sacó y vi que tenía la verga completamente empapada. Ella pudo respirar solo tres segundos cuando la volteó, la puso en cuatro y la volvió a horadar. Ella empezó a gritar. Lloraba, gemía de puro placer. Solo decía: “más, más,…” y volvía gritar “qué rico, qué rico”. Yo seguía eyaculando. Me las ingenié para lamer el tolete de Apolo mientras entraba y salía de la vagina de mi mujer. Al mismo tiempo me masturbaba con frenesí.
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