Como aquella larga noche que pasamos, ya no volverá a haber ninguna otra. Y digo larga no por el largo tiempo que transcurrió, sino por la angustiosa sensación que provocabas en mi interior.
Tuviste el valor de presentarte ante mi y acabar siendo como esa clase de gente. Esa a la que no le importa si te estás ahogando o cayendo al vacío más profundo de un alma moribunda.
Pero lo peor de todo es que yo te lo permití. Te permití que te adentraras como si no hubiera nada más que pudiera ocupar mi espacio, como si la poca vida que me dejabas fuera suficiente para existir.
Sabemos que hubo muchos puntos de inflexión, pero que ninguno llevó a una ruptura. Hasta hoy. En este día se acaba lo que pudiéramos llamar nosotros. Nosotros caminando hacia el mismo lugar, aunque únicamente yo estaba destinado a acabar allí.
Nunca te hablé de ese lugar, quizá por miedo a matarte. O quizá por miedo a morir. Porque la muerte también está hecha de gente como yo. Gente que deja que penetres hasta lo más hondo de su interior.
No estoy arrepentido. O quizá sí, quién sabe. Solo yo lo sabré. Ahora el camino sigue siendo el mismo, aunque ha cambiado por completo. Porque tú ya no estás en mi interior, y he conseguido escapar, aunque condolido, de lo que podría haber sido un fin.
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