Mas allá de los barrotes

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Más Allá de los Barrotes

 Había una vez un corazón que se encontraba prisionero de sí mismo. Cada día miraba las lúgubres paredes de su celda, que no tenía puerta, puesto que en el proceso de encarcelarse selló la entrada hora tras hora con gruesos bloques de cemento. Su único contacto con el exterior, era una pequeña ventana obstruida por gruesos y fríos barrotes de acero ennegrecidos por el tiempo de cautiverio.

 No era el único preso. Alrededor de él había cientos de miles, tal vez millones, de corazones en celdas contiguas, cual tumbas lúgubres donde se ahogaban los sueños. El ellas segundo tras segundo cada preso moría un poco, bajo la espada de la rutina y el conformismo.

 Pero este corazón era diferente, había algo en él que  lo atormentaba. Una voz interior que se negaba a la muerte, que le gritaba que más allá de las frías paredes y la oscuridad de su reclusorio se encontraba un mundo distinto.

 Esa voz lo impulsaba a mirar hacia la ventana, pero no para centrar su mirada en los barrotes, sino para ver lo que los otros corazones no miraban: ¡la luz!.

 ¡Si!, la voz le había permitido descubrir que no todo era oscuridad y límite, mostrándole una claridad que traspasaba su mente como una espada filosa, bajo la cual su mente, trazaba ideas, posibilidades, oportunidades y vida. ¡En el encierro de su muerte, la voz, le mostraba que debía vivir!

 Aquel corazón aprendió a distinguir entre la noche y el día, entre el frio de la rutina y la calidez de un rayo de sol, entre la monotonía y la esperanza, éntre la muerte y la vida.

 Ya no era como los otros, que permanecían  moribundos y tranquilos en sus celdas. Ahora, se sentía no solamente encerrado, sino enterrado, ¡terriblemente enterrado!. Su único deseo era salir, pero no simplemente por el mero acto de salir, sino salir para ser!.

 También descubrió que era un desconocido para sí mismo, pues toda su vida pensó que era exactamente igual a los demás y ahora, iluminado por la luz, sabía que era distinto. Fue así, que decidió conocerse contestándose una sola pregunta:

 _ ¿En qué me diferencio de los otros? – se preguntó y el resultado fue fantástico.

 Descubrió que tenía dones con los que podía asumir la vida de manera dictinta. Se dio cuenta de que era más fuerte de lo que pensaba y que podía serlo aún más si se ejercitaba. Percibió que muchos de sus temores no eran más que exageraciones de su mente. Entendió que desperdició años entre las tinieblas de falsas y complejas ideas y que la luz se encontraba en la forma sencilla de pensar. Se asumió así mismo en sus defectos y en sus virtudes.

Al poco tiempo, los barrotes ya no le parecían tan fuertes. Cada día se ejercitaba física, mental, psicológica y moralmente, con una sola idea: salir de sí mismo y recorrer el camino que le pertenecía. No estaba conforme y tenía un primer propósito de tres palabras: ¡Luchar por mas!.  Y ese “mas” se fue multiplicando y detallando con cada dia en su mente, y en su alma.

 Cada día forzaba los barrotes. Al principio, no se movían, pero luego fueron cediendo milímetro a milímetro. Finalmente  fijó una fecha para escapar.

 Aquel día, se acercó a la ventana antes del alba. Luego, miro la belleza de la luz, desde el inicio del amanecer hasta su plenitud. Mientras, imaginó, la calidez de su libertad. Vivió en su mente su camino y sus metas. Después tomó los barrotes con sus manos, y los forzó en forma definitiva con toda decisión.

 Los barrotes, que antes parecían infranqueables cedieron y aquel corazón que una vez fue prisionero, logró su libertad.

 Pasado un tiempo, un viajero que pasaban por la ciudad de las prisiones, informó a los presos que él y muchas otras gentes habían visto al corazón fugitivo. Lo describió alegre, esforzado, recorriendo caminos, venciendo dificultades y logrando cosas cada vez más admirables.

 Cada vez que un nuevo viajero pasaba por las prisiones, de la celda más fría y más lejana salía la voz de un prisionero que preguntaba por el curazon fugitivo, ¿si lo habían visto?, ¿dónde?, ¿cuándo? y ¿que otras cosas había logrado?, preguntaba.

 En una oportunidad, uno de esos viajeros le gritó:

 -¿Porque preguntas por él?  ¡Ese corazón, es libre, ya no pertenece aquí y no se parece a ninguno de ustedes! -Entonces resonó la voz de la celda más fría y más lejana…

 _ ¡Es que yo quiero ser como él!

 Dos años más tarde hubo otro fugitivo en la ciudad de las prisiones.


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