Eugenio Morales tenía un don. Era un don particular y bastante útil para aquellos y aquellas que aman el orden (N. del A.: contrario a quien escribe). Su don consistía en ser capaz de clasificar todo. Pero todo. Había empezado de chico, clasificando sus juguetes. Ese fue sólo el comienzo. Se sintió bien clasificando y ordenando. A medida que pasaba el tiempo, encontraba más cosas pasibles de clasificación: amigos, parientes, comidas, plantas, dibujos, insectos, etc. Y además las categorías eran cada vez más grandes y complejas. Así aparecieron las primeras fichas, que iban desde lo general hasta el detalle. Por ejemplo: 1- SERES VIVOS 1.1- SERES HUMANOS 1.1.2- MASCULINOS 1.1.2.1- PARIENTES 1.1.2.1.2- PARIENTES PATERNOS 1.1.2.1.2.43-TÍO CACHO. Y así todas las cosas. Luego empezó a clasificar emociones, reacciones, sentimientos, ideas y miles de otras cosas abstractas que engrosaron su archivo. Y no sólo eso. Decidió que no clasificaría únicamente lo que le llegaba o le sucedía. Fue en busca de material clasificable. Entonces se entregó a excesos, soledades, amores, drogas, alcohol y demás con el fin científico de obtener un registro de todo aquello que entraba en la clasificación A (A= COSAS DEL UNIVERSO).
El 12 de septiembre de 2005, una vecina llamó a la policía. Eugenio hacía dos semanas que no salía de su departamento ni daba señales de vida. Los funcionarios policiales comenzaron llamándolo a través de la puerta, y ante la no respuesta, la derribaron. Encontraron a Eugenio en calzoncillos, sentado en el suelo, demacrado, barbudo y sucio. Se movía hacia atrás y adelante, y en ese hamacarse no pestañeaba. De hecho no había notado la presencia de otras personas aparte de él en la habitación. Los policías revisaron todo el departamento y notaron que todo estaba en perfecto orden. Millones de fichas ordenadas en cajas de forma alfa numérica. La única ficha fuera de lugar estaba sobre un escritorio. Eugenio murmuraba constantemente:- ficha catorce millones doscientos tres mil quinientos diecinueve, ficha catorce millones doscientos tres mil quinientos diecinueve…-. Casualmente era el número escrito en la ficha que estaba sobre el escritorio.
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