El bicho del monte ataca otra vez (Segunda parte)
Por Pedro Buda
Enviado el 25/04/2017, clasificado en Cuentos
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Parte II
Cuando promediaba la media noche aún andábamos en vueltas. Corría el vino tinto, algo de wiski y las historias de zombis. En eso escuchamos ramas que se movían, en la dirección donde estaban estacionados los vehículos, en una de las entrada al monte desde la pradera. Todos atinamos a mirar en esa dirección por unos interminables segundos, hasta que por entre el ramaje se apersonó don Rubito y el peón que nos había visitado en la mañana. Sonrieron al vernos.
? ¡Qué les pasa! –dijo don Rubito. ¿Se pasaron de copas?− prosiguió con voz baja, en tono de broma, pero simulando seriedad.
? Parece que vieron al mismísimo diablo... –comentó el peón. Éste, según noté y sin embargo no dije nada, llevaba un crucifijo sobre el pecho y una cinta roja en la muñeca. Eran claros indicios que era hombre de creencias semejantes a otros hombres de campo de otras regiones.
Eduardo, casi entre risas, comentó sobre el extraño sonido que había escuchado y grabado en la mañana. Lo reprodujo, ahí sin más, y todos lo oímos atentos.
? Parece de un grato grande –acertó a decir el chuleta, mientras miraba al padre con una sonrisa burlona.
? Es otra cosa y... No sé qué es... –aclaró don Rubito, que pidió reproducir otra vez la grabación, con un tono más serio y menos de broma como al principio.
Al terminar de escuchar la grabación, don Rubito, declaró: "Jamás escuché un gruñido semejante. Porque parece eso, un gruñido".
? ¿Y cuando mataron al perro ese, el blanquito, no escucharon algo similar? –quise saber.
? No... Tampoco –contestó secamente don Rubito. Y cuestionó, mientras penetraba con la mirada a cada uno, como intentando saber si no era eso una broma que le estábamos jugando: ¿Dónde grabó eso, Eduardo?
Cuando Eduardo iba a señalar la zona... Se escuchó el mismo sonido, semejante a un gruñido. Sonó lejos, como del otro lado de la laguna, hacia el unte ferroviario.
El silencio fue lo que siguió en la atmósfera del campamento. Sólo el crepitar de la leña se oía ahora. Ni una brisa soplaba. Los recién llegados aceptaron un trago de vino que acompañaron con cordero asado. De una bolsa, el peón, sacó un par de chorizos secos y una horma de queso que elaboran en el puesto de Ramonita, una chacra pegada a la de doña Rica. Todo indicaba que esa noche nadie dormiría. Más aún cuando se propuso jugar unas partidas de truco. Las que siguieron entrada la noche. Alguno que estaba cansado desistió de seguir y se tiró a dormir al costado del fuego.
Sobre las cinco de la mañana, don Rubito que había quedado dormido en una silla se despertó abruptamente. Fue así porque se escuchó el ladrido desesperado del perro del chino. El cual estaba atado para que no le tentara el cordero asado que aún estaba sobre la parrilla, pero con las brazas apartadas.
Finalmente, todos despertaron, es decir, salieron de la somnolencia, puesto que más de uno no quiso aflojar, pero el sueño los había vencido. Sin embargo, el perro no paraba de ladrar y todo el mundo se puso en pie.
Un trozo enorme de carne faltaba en la parrilla. Fue Eduardo el que se percató primero. Miró al perro que seguía atado y ladrando. Atiné a arrimar leña a lo que quedaba de las brazas y vi una huellas.
? Vieron estas... –dije, señalando las huellas a un costado de la parrilla. Eran las mismas que habíamos visto anteriormente; sin embargo, estaban justo ahí, en medio del campamento. El perro seguía ladrando. El Chino lo soltó y buscó su ballesta. Eduardo fue al coche a tantear su arma. Se la calzó en la sobaquera. Un calibre 38, caño largo que guardaba en la guantera.
El peón y don Rubito sacaron armas blancas que traían enfundadas al cinto. Quedó claro que era el bicho y que el perro lo estaba oliendo o escuchando. Todos, linternas en mano, encararon hacia el monte, por el oeste. Sin embargo, don Rubito, conocedor del lugar, aclaró que era mejor salir del monte y buscar entrar por los otros lugares. La vegetación se volvía espesa en sectores y no permitía avanzar. Menos aún, en medio de la noche. En tanto se daban todos estos movimientos, el chuleta, seguía dormido dentro de la carpa.
Al bicho del monte, cuyas huellas estaban marcadas a un costado de la fogata, nadie pudo seguirlo realmente. Todo rastro o signo de su presencia se perdía conforme avanzamos. También se extravió al perro, que dejó de ladrar o que dejamos de escuchar.
A eso de las ocho de la mañana, quizás un poco más, se despertó el chueta. Fue revisar sus tanzas que seguían en el agua y alzó la vista hacia la orilla del frente.
? Miren... –gritó. El perro del Chino. En ese caminito de enfrente, bajo las ramas. Está mirando para acá...
El perro estaba sano y a salvo. El Chino lo contempló por un rato y se emocionó. Su perro, el sabueso "Pirata" le movía la cola.
De no sé dónde algo atacó al Pirata y lo perdimos de vista. Apenas un ladrido. No más. No se oyó nada más. Todo pasó muy rápido.
El Chino saltó a la laguna para ir tras su perro. Se calzó la bolsita de las flechas al hombro y la ballesta en su mano derecha. Cruzó en tres brazadas la laguna, que no es muy ancha, sino más bien alargada. Nosotros entre que lo mirábamos y aprontábamos unos mates armamos algunas cosas del campamento, para que estuviera más prolijo.
Estaba aún húmedo el suelo, el sol subía con rapidez.
? No pude verlo... No pude verlo... –repetía el Chino en la otra orilla mientras se acercaba ante nuestra vista. Le tiré dos flechas... Pero nada. El perro fue un campeón –gritó él. Traía en los brazos al fiel can que estaba hecho una piltrafa. Ésta había sido su última salida.
Sepultamos al perro en medio del monte, en una zona alejada del campamento, y a la cual, por esas cosas de la vida se colaban la luz, en forma de finos haces. Vimos al Chino cerrar la fosa y saludar a su compañero caído. Como despedida todos, incluso el Chueta, bebimos un trago de wiski. Después continuamos con mate y galletas secas como desayuno.
Era el día que saldríamos todos a buscar algunas mulitas; pero optamos por otra presa. El bicho del monte estaba en alguna parte, y, nosotros estaríamos tras él.
Pedro Buda
2017
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