Incluso en los mejores sueños entrabas como un intruso. Un intruso de los que cuando ves, sabes que te ha quitado parte de lo que eres, o de lo que eras.
Hubo un día que logré verte. Al principio creí que no eras real; no hablabas, no sentías y, sobre todo, no me mirabas. Parecía que tu vida se asemejaba a la de un ente con una muerte prematura. Uno de esos que aún necesitaba vivir para poder llegar al lugar al que le habían destinado.
Recuerdo que vestías como lo haría cualquier chico de tu edad, aunque tu forma de actuar no era la propia. Jamás dijiste tener amigos, ni familia, ni de dónde provenías; y creo que no lo dijiste porque ni tú mismo lo sabías.
Entrabas por una puerta entreabierta que no hacía falta tocar ni esperar tras ella a que alguien te contestara. Tú mismo conocías la respuesta antes de entrar, como ese vecino entrometido que preguntaba si hay alguien al ver tu puerta entornada.
Jamás podré culparte de nada, pero ahora que te has ido, solo puedo pedirte un último y único favor:
"A lo largo de lo que te queda de vida, te toparás con muchas y diferentes puertas que no estarán del todo cerradas, pero, ¿sabes qué? Deberías dejarlas tal como están, ya que puede que esa chica que hay tras la puerta simplemente la haya abierto porque se marcha de un lugar que quizá nunca debió estar."
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