Hay lugares que te marcan, hay pueblos que se quedan con algo de ti, personas que no olvidaras y objetos que querrás guardar siempre. Timotea había almacenado objetos de todo tipo; las cartas de su primer amor( un amor que le rompió el corazón, el chico la dejó por otra) pero ella seguía leyendo las cartas para recordar la sensación de tener novio, seis meses de amor para ella y de duda no escrita para la otra parte. Los recuerdos de todas, los libros que la ayudaron a escapar de la realidad, los cuales podían ocupar una habitación entera. Aveces leía párrafos de los libros para recordar momentos y sensaciones de otros tiempos. Multiples objetos de diferente procedencia y año. Los regalos de amigas que ya no lo eran, recuerdos de lugares a los que nunca volvió, caracolas, dedales, figuritas, rosarios, candelabros, vasijas de tiempos de sus padres. Cada objeto tenía una historia, un recuerdo asociado. Hasta la casa entera era un recuerdo, un recuerdo triste, de soledad. Estaba sola a sus ochenta años pero con muchos recuerdos, recuerdos pasados, que no volverán. Y las lagrimas no las dejó salir esta vez. ¿Como que no volverán?, y tomó una decisión. Cada recuerdo lo devolvería a la persona o lugar del que estaba asociado. La gente no entendía muy bien porquè Timotea les daba esto o lo otro. Volvió a los lugares a debolver los recerdos, quedaron muchos objetos en lugares tán dispares que nadie podría predecir donde sería dejado el siguiente. A cada recuerdo debuelto, ella mejor se sentía, como si los recuerdos almacenados uno por uno la hubieran robado la libertad y felicidad poco a poco. Lo último eran las cartas de su primer amor, a traves de varias devoluciones de recuerdos pudo averiguar donde vivía aquel amor. Y Timotea se plantó en una casa pequeñita con rosales en el esterior. Llamó al timbre, salió lo que quedaba del hombre que un día amó y le entregó las cartas, susurrando que ya no podía engañarse más a sí misma y quería ser libre. Se alejó con prisa como si le hubiera dejado una bomba a punto de estallar. Su casa, la vendió y se fué a vivir a la ciudad. Donde solía ir a una asociación de tercera edad de vez en cuando. Un día que se disponía a salir, cuando se encontró en la misma puerta con el señor que un día amó, él le plantó en la mano las cartas que él guardaba, no las devueltas por ella, si nó las que ella le escribía durante su noviazgo, declarandolé su amor eterno. Él se hechó andar sín explicación, ella se quedò ojiplatica al ver su propia letra en papel desgastado por los años. Hablando de todo el amor que sentía por aquel hombre, que había cambiado, pero seguía guardando sus respuestas de amor. Se metió en casa con las cartas y volvió a releer a la chica que un día fué. Sus pensamientos de unirse a él y seguirle al fín del mudo, que ingenua era, que tonta era, le hablaba de morir por él. Que estupidez, se dijo. Y la última carta era de papel de hoy en día, la abrío y conoció la letra de él, en la que le decía que él siempre se acordó de ella, que las cartas lo demuestran, que se arrepiente de lo que pasó, del daño , del dolor, de la amargura, de las heridas ... que ahora mismo no la iva a pedir nada, pero que no le importaría que ella le hiciera lo mismo ahora a él. Que le diera amor unos meses para después dejarle, ya que por lo menos la habría vuelto a tener durante un pequeño tiempo, que eso era lo que más deseaba ahora mismo y que le encantaría vivir después, de ese recuerdo.
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