En una larga noche,
Fría y silenciosa,
Un gigante se empeñó,
De mil y un maneras,
En destruir las estrellas.
A algunas, inmensa mano las arrancaba,
A otras las hacía polvo con su fuerza,
Odio visceral y nada de remordimiento,
Mientras las insultaba,
A viva voz,
Con sus actos y sus silencios,
Dispuesto a apagar su brillo.
Los dioses veían con tibio rechazo,
Con más indiferencia,
Sin hacer nada.
A pesar de los ruegos de la Luna,
De la furia del Sol,
El gigante? continuaba,
Seguro de que nada lo tocaría.
Triste ignorancia la del gigante,
Cuando apagaba una,
De sopetón y sin aviso,
Decenas más llenaban de luz los cielos.
También de repente y sin advertencia,
Constante, urgente, impostergable,
Lo que comenzó como murmullo,
En grito desaforado se transformó.
Las cosas y criaturas del universo,
Ya sin paciente espera,
Ya sin paralizante miedo,
Con su voz reclamaban:
¡Basta ya, asesino gigante!
Y la voz se hizo temblor
Y el temblor se hizo terremoto,
Y el terremoto resquebrajó,
Como si de barro fuera,
Todo el cuerpo del gigante,
En partes grandes y pequeñas,
Cayó y se hizo polvo.
Un viento furioso sopló
Y del gigante, del miedo,
De los dioses que veían y nada hacían,
No quedó ni un recuerdo.
Y las estrellas brillan más que nunca,
Y el universo sigue pero con más orgullo.
*Por las víctimas de violencia de género en la Argentina. Justicia!
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