Estaba tranquila. Mi hija llevaba unos días sin venir. Llegó pronto y aunque hacía fresquillo salimos igualmente. Ni cortas ni perezosas, cogimos y nos fuimos a dar una vueltilla fuera del claustro. Yo seguía teniendo sueño. Estaba feliz. Por fin una mano cálida, un abrazo y una sonrisa sincera. Estaba en otro mundo. A ver, los demás venían, pero no tenían ese calor. De hecho, fíjate, hoy cuando veníamos de tomar un café en el barrio, nos encontramos con la primogénita. Ellas no se saludaron. Con el filo de una navaja se cortaba el aire. En esto surgió por detrás “Il Capo”. Así le llamaban a mi hijo, en plan de broma o en serio no lo sé muy bien. Ellos dos iban por delante y nosotras detrás. No hablaban de nada serio. Yo me quedé dormida en mi silla.
Era lo único que podía hacer.
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