La vida es la dictadura de Dios

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Todo se convierte en error, si exageramos un poco, y eso es porque la vida representa un instante y nuestra existencia un estado dividido en etapas y escenarios, repitiéndose el ciclo. Y si me apuras, sin pensarlo tan detenidamente, te diría que nos reproducimos en bucle, añadiendo cositas de vez en cuando o eliminado algunas, pero siempre con el factor de repetición; damos vueltas en circulos y es por eso que nos desesperamos. Nunca hallaremos la salida en vida, porque no se inventó. A que no habías pensado en ello; en lo mucho que hostiga existir. Pero coño -perdón al público joven y sensible-, ¿acaso estaríamos mejor desde la inexistencia? Quizá, pero había que probar la agridulce y exitosa partida que nos regalaron, misma en la que no hay un ganador, pero, por el contrario, quizá sí perdamos todos, pues nos la arrebatan por disposición de ley universal. ¿Quién me dijo lo anterior? A lo mejor surgió por susurro divino. Habrá que quedarnos con esa suposición hasta el final. 

Definitivamente la vida es la dictadura de Dios, de alguno u otro, o de Dioses, o de Diosas, o de un Dios unisex, pero de alguien o algo omnipotente: el/la/lo que pone el tablero para hacernos jugar. Y llámesele de cualquier forma. Y represéntese de cualquier forma. Es un alguien o es un algo. Está ahí y allí. Aquí y allá. Estuvo, está y estará presente hasta que su majestad decida extinguirse a sí mismo. Y la causa bien podría ser por algo -bendita esta palabra- que adjudicó como experimento: el espantoso aburrimiento. 


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