REAL COMO LA VIDA MISMA
Por franciscomiralles
Enviado el 04/05/2017, clasificado en Cuentos
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Aquel lunes a primera hora de la tarde Julia García que era una mujer de seseinta y tres años;
morena, y de una recia complexión, se hallaba en el consultorio de la psicóloga Elena Mata que
era un departamento que estaba en la Mutua Médica a la que pertenecía de la población en la
que ella vivía.
- ¿En qué la puedeo ayudar?- inquirió amablemente Elena a su clienta.
- Mire. Hace un año y medio que el hombre del que estaba enamorada me dejó, y desde
entonces lo paso muy mal. Me siento más sola que nunca. Tengo tal depresión que apenas
como, y duermo muy mal, y la casa se me cae encima.
- Ya...
- Sí. Lo peor de todo es que no sé por qué me dejó así, cuando yo que soy una buena
persona y he hecho lo posible para adaptarme a él - dijo Julia sacándose un pañuelo pequeño
del bolso y enjugándose unas lágrimas que se deslizaban por sus mejillas-. Todo ocurrió en
una mañana. Cuando llegué a su casa con unos croasanes para el desayuno que sé que a él le
gustan, me gritó que no quería seguir más conmigo, y me echó de a la calle con muy malos
modos. No me soporta.
- Bueno. Estas cosas pasan; y más hoy en día. Lo que antes era blanco, ahora es negro. Y hay
que aceptarlo - le respondió la psicóloga-. ¿A qué se dedica usted?
Ella asintió sin demasiada convicción.
- Soy una administrativa del Hospital Clínico de Barcelona- respondió Julia.
- ¿Y su familia?
- Mis padres murieron hace unos años, y yo no tengo hermanos. Pero hace tiempo que estuve
casada con un hombre que era muy dominante, con el que tuve dos hijos que ahora ya son
mayores y tienen su propia vida. En alguna ocasión mi exmarido a causa de una discusión me
arreó un par de bofetadas - confesó Julia-, y al fin nos separamos. Él ha roto definitivamente
con la familia hasta el punto de que tampoco quiere saber nada de sus hijos. De hecho, este
hombre me recordaba a mi padre que también era un tirano y tenía a mi pobre madre
sacrificada. " Si los mayores hablan, tú te callas" me decía siempre cuando yo era pequeña.
Pues jamás me dio confianzas.
- ¿Qué sentía usted por su padre? - quiso saber Elena adquiriendo un aire de sumo interés.
De repente Julia calló. Tuvo un lapsus porque no sabía muy bien cómo explicarse, puesto que
le habían enseñado a expresarse de un modo muy convencional; con palabras sencillas
carentes de un doble significado para salir del paso en la vida práctica.
- No sé... - dijo al fin-. Le respetaba.
- ¿Le respetaba, o le temía?
-Sí, también le temía...
- Confundía el temor con el respeto. A esto se le llama el temor reverencial, pero no es amor.
- ¡Sí, éso es! - exclamó Julia que solía agarrarse a las frases brillantes de los otros y luego las
repetía como cosa suya para presumir de recursos lingüíscos ante los demás- Sé que en el
fondo admiraba a mi padre. Trabajaba en Aduanas, y llegó a ganar bastante dinero. Y yo me
convertí en una señorita con clase y frecuentaba la discoteca EL BOCACCIO donde acudía toda
la intelectualidad de Barcelona, la "Gauche divine"como la llamaban, y todos eran hijos de
buenas familias. Yo me codeé con todos ellos. De manera que yo no podría estar en un
ambiente vulgar como el que ahora predomina en todas partes - dijo Julia con cara de asco-.
¿Ha oído hablar de EL BOCACCIO? - le preguntó a la psicóloga buscando cierta complicidad.
- Sí, he oído hablar. Dígame. ¿Cómo conoció a su última pareja? ¿Qué pasó entre ustedes
dos?
- Se llama Fermín, y le conocí en el Club de Tenis del pueblo en el que vivo. Él es traductor de
libros de Ciencia del inglés al español. Es un hombre muy culto, y por eso yo le admiraba.
Fermín también está separado, aunque se relaciona con su familia.
- ¿Y a la hora del amor qué?
- ¿Cómo?
- En la cama. ¿Qué tal?
- ¡Ah! Bien...
- ¿Sí?
- Bueno. A veces. Había días que no funcionaba. Pero nos queríamos. Él me contaba cosas, y
yo le escuchaba. Le decía que sí a todo; aunque había cosas que yo no las entendía. Hasta
que un día empezó a decir que yo no hablaba, que era aburrida. No sé lo que le pasó. Hasta
que me dejó, y yo no sé qué hacer. La soledad me va a matar...¡hip, hip...! - sollozó de
nuevo.
- Bien. Veo que usted tiene una falta enorme de autoestima, la cual arranca de la educación
que ha recibido de sus padres, y sólo se ha decantado por la rutilante apariencia de cuanto la
rodea, cuando a veces la brillantez no es más que pura bisutería, y no sabe valorarse nada a
sí misma. De ahí se deriva su dependencia afectiva con los hombres aunque no se entienda
nada con ellos; de igual forma como lo hizo usted con su padre al que admiraba; cuando la
realidad es que muchos hombres lo que quieren es poder compartir sus aficiones, su razón de
ser con otra persona de un modo vivaz, y no pasivamente. De lo contrario se aburren, y la
relación decae y se termina. Así que le recomiendo que vaya a una ONEG a ayudar dentro de
sus posibilidades a los más necesitados, y ya verá como se fortalece su autoestima. Porque la
autoestima es algo que se debe de trabajar día a día para poder andar con seguridad por la
vida. Pero usted debe de poner algo de su parte, de la misma manera como toma un
medicamento para el colesterol. La mente hay que cuidarla como al cuerpo.
-¡No mujer! - replicó con esceptismo Julia-. Son cosas diferentes.
- No. Todo está interrelacionado. Y la mente requiere el mismo proceso.
-¡Pero yo tengo mis sentimientos heridos, y no puedo hacer más! ¡Cada uno es cómo es!
-Claro que puede. Usted sublimina a los sentimientos como mucha gente, y eso es un error,
porque éstos tiene que ayudarse con la razón. Por eso yo trato de orientarla.
- Pero me consta que en estos sitios la gente es muy vulgar; y yo no me encontraría a gusto.
- Bueno. Hay de todo. Pero lo que importa es lo que usted pueda dar de sí como persona, y
tal vez allí encuentre a un hombre que la quiera de veras.
Julia García se levantó decepcionada de la silla, le pagó con altanería a la
psicóloga, y salió de la consulta dando un portazo.
El caso es que posteriormente sus amistades la rehuían porque ella seguía quejándose de su
fracaso sentimental, ya que lo que deseaba era ser compadecida por los demás.
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