la muerte de don romero
Por joaquin cerillos
Enviado el 09/05/2017, clasificado en Cuentos
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Seis hombres, de buena musculatura, apoyaban sobre sus hombros el ataúd de don Romero. Este, era el primero en la lista, de los hombres más apreciados y glotones de todo el estado. Incansable luchador de los derechos humanos y, gran hechor de buenas acciones por donde quiera que pasará. Principalmente por eso era muy conocido. Un día, mientras caminaba por las calles del pueblo, se encontró con una mujer a la que se le había incendiado la casa – Cabe decir que don romero, era un hombre bastante rico. Sus padres le habían heredado muchas tierras, a las que le saco buen provecho. Era agricultor y además tenía muchas vacas – Don romero, aunque no sintió tristeza por la situación, se ofreció a pagar por la restauración de la casa. Otros tantos, hombres como mujeres caminaban detrás del ataúd. Acompañando al muerto hasta el rio. La mujer, de don romero lideraba la peregrinación justo atrás del ataúd, mientras lloraba y se lamentaba con grandes gritos de dolor. Sus hijas, aunque también tristes, no expresaban tanta tristeza como su madre; caminaban junto a ella, abrazándola por los hombros, tratando de consolarla. Cuando fueron a comprar el ataúd en el que estaría don Romero, tras no haber encontrado uno que lo albergara, fueron con un carpintero para que les hiciera uno justo a la medida. Don romero tenía un cuerpo grande. Era rubio, siempre llevaba el pelo corto y la barba bien rasurada. Sus ojos cafés claros, expresaban con exactitud la nobleza de su alma. La peregrinación era tan grande que la calle principal, del pequeño pueblo que hacía de hogar a don romero, estaba llena de gente de banqueta a banqueta y, de los balcones de las casas, las viejitas que ya no podían caminar, aventaban florecillas blancas mientras agitaban un pañuelo blanco. La peregrinación caminaba a un paso tan lento que, le tomo llegar hasta la orilla del rio, tres horas de caminata; cuando en situación normal tan solo llevaba treinta minutos. Ya todos reunidos ahí, empezaron la ceremonia. El ataúd de don romero, fue puesto en una hoguera que había sido preparada un día antes, con las mejores y más olorosas maderas. Todos mientras observaban arder el ataúd, lloraban. Cuando empezaba a oscurecer, el ataúd no era más que cenizas. Estas fueron recolectadas y entregadas a la esposa de don romero. Para que, junto con ellas, se metiera al rio y, las soltara para que se fueran con el rio. Primero la esposa de don romero, se metió en el rio, luego la multitud detrás de ella, la siguió. Ya toda la gente en el agua, la esposa de don romero, lo soltó. En cuanto las cenizas de don romero fueron puestas en el agua, el cielo como lamentando la muerte del honradísimo hombre, soltó una ligera lluvia que duro hasta el amanecer.
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