Hace escaso tiempo que fui al cine a ver la oscarizada película "LA,LA, LA" puesto que yo
siempre he sido un amante del cine musical.
Y a pesar de que a mucha gente el film la defraudara ya que el final no acababa demsiado bien
porque el guapo y simpático galán no se casaba con la pizpireta chica como está mandado;
pues ellos sacrifican su amor en aras de seguir su sueño profesional, en virtud de lo cual esto
viene a significar que en esta vida todo tiene un precio, a mí los números musicales de la cinta
en cuestión con sus bailes y sus canciones, y sobre todo el gran vitalismo que transmite la
historia me encantó grandemente; pero a la vez percibí que aquella ducha de optimismo en el
ánimo del espectador que le estimulaba el deseo de luchar por lo que más anhelaba y que
estaba relacionado con unas renovadas ganas de pasarlo bien, de vivir con plenitud, le
apartaba ostensiblemente del halo negativo y catastrofista en el que éste se hallaba inmerso
desde hacía demasiado tiempo.
No hay ninguna duda que este malestar de la sociedad está auspiciado por los medios de
comunicación que se recrean insistentemente en las malas noticias tales como en
la desfachatez política, en los sucesos violentos de todas clases, y en los groseros programas
de chafardería llamados del "Corazón"; todo para satisfacer una sobrevalorada
emotividad, una pasionalidad del espectador que deja mucho que desear, en perjuicio de la
sensatez. Claro que a este pernicioso encumbramiento de la emotividad empieza a
ser criticado con dureza por especialistas de la mente humana; y que para mí no deja de ser
un signo del final de una era; de un estilo de vida que ha perdurado hasta ahora.
Pues es sabido que la televisión es un medio de hipnósis cuyo desequilibrado mensaje tiene
un efecto subliminal en el insconsciente del espectador.
Pero esto es sólo en parte.
No hay que olvidar que los medios de comunicación no dejan de ser un negocio que saben que
para ganar audiencia tienen que retroalimentar día tras día un instinto específico en la
audiencia que es tema tabú porque no queda bien reconocerlo ni en público ni en privado;
no es políticamente correcto, pero que sin embargo está ahí y ejerce un poder incuestionable
en el espíritu del ser humano. Se trata de un peculiar morbo que a su vez es hijo de un
subyacente masoquismo, como ya ha señalado en un libro el famoso psiquiatra granadino
Luis Rojas Marcos. "¡Oh ¿Que yo soy masoquista? ¡Que barbaridad!"
Confieso que yo hace ya bastantes años que también había llegado a esta misma conclusión.
Sin embargo a pesar de que sí que hay personas que son razonables, esta emoción
masoquista ha existido siempre y se ha manifestado a lo largo de la Historia enmarcándose
en la misma Religión.
Yo recuerdo que cuando era pequeño iba con mi familia a un pueblo de la provincia de
Barcelona que estaba muy cerca de la emblemática montaña de Montserrat donde había un
teatro en el que se representaba - y aún se sigue haciendo- LA PASIÓN de Cristo.
De hecho, la Crucifixión tiene un simbolismo de muerte y de resurección. Por ejemplo la amiga
lectora, o el amigo lector una noche pueden soñar con una cruz en un monte, que es un
símbolo de que están pasando por una penosa circunstancia en su existencia, pero que
también pronto pasará y se volverá a ver el sol.
Mas lejos de darle una interpretación psicológica a la Crucifixión, a esta se la ha enfatizado
de un modo enfermizo, se la ha magnificado literalmente con toda suerte de detalles. Y otro
tanto hay que decir dentro de la vertiente religiosa con LAS LEYENDAS DORADAS. Estas
consisten en una serie de relatos acerca de los Apóstoles que van a distintos lugares de
Oriente haciendo proselitismo de la Nueva Religión, y que acaban siempre maltratados,
torturados, y decapitados; sobre todo si predican la abstención sexual para purificarse de
un infundado sentimiento de culpa.
En la actualidad el pueril mito religioso que es en realidad una dimensión de la mente humana
con todo lo bueno y malo que conlleva, se ha desinflado como un globo; la grandilocuencia
del clérigo al impartir el sermón del domingo al medio día a la hora del apretivo ha enmudecido,
pero la fijación de algunos sujetos en el sufrimiento, en el dolor físico o psíquico por sí mismo
para suscitar pena que es una forma de darse importancia sigue latente. Si antes este
victismo masoquista estaba situado en el marco religioso, ahora se ha pasado al marco
profano. Es decir en el ámbito doméstico y cotidiano.
Es cierto que no hay rosa sin espinas. Como decía el pensador presocrático Heráclito los
opuestos se atraen. Por ejemplo que si se valora la paz es porque hay la devastadora guerra;
o la salud se cuida porque hay la enfermedad; pues no hay una cosa sin la otra.
Pero el hecho de reconocer que somos vulnerables; que andamos en la cuerda floja; y de que
el dolor existe, no significa que nos instelemos obsesivamente en él.
Esta es una de las razones por la que yo siento un crónico mal sabor de boca respecto a esta
tendencia masoquista que es tabú y que está más o menos extendida en la sociedad y con
diferentes grados, la cual me lleva a decantarme sin pensarlo dos veces por el vitalismo
creativo de la película LA, LA, LA, que en nuestro caso se encarrila en el literario.
Porque estoy convencido que este es el sano camino a seguir y que todo el mundo debería de
practicar.
¿No piensa igual el amigo lector?
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