La escena

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Despacio la luz iba acostándose tamizada por la desvencijada persiana, detrás de la cual danzaba el rumor perenne de la ciudad.

Postrado sobre el lecho comenzó a pensar que junto a ella la respiración era más potente, y que el color dorado de esos últimos rayos se definían por el choque con sus hombros descubiertos, espesos de carne y sin límite, tan presentes que inundaban el mundo, ese mundo limitado a la habitación somnolienta con olor a cuerpo saciado y tembloroso.

Había soñado largas noches con este momento, impregnado de la extraña mezcla de vida y muerte, sordidez y sutilidad.

 

Ella seguía ignorante de tales reflexiones, reflexiones que le llevaban a una sensación de pérdida, de agua entre las manos, de decadencia tales que comenzó a gemir, despacio, cubriéndose el rostro con una sola mano.

Calo se inclinaba sobre el cuerpo de Sara aún convulso, rozando con sus dedos los cabellos revueltos que pendían muy cerca del cuello deseado. Su sollozo se tornó intenso, las lágrimas recorrieron el estrecho margen hasta la espalda de ella, para acabar deslizándose con precisión hasta la curva lumbar, o para depositarse en el valle de sangre emanada de las heridas afiladas.

Una mezcla de satisfacción y arrepentimiento inundaban su mente ante la visión de tal escena, patética escena suya, exclusiva, perpetrada largo tiempo bajo el rumor cansino y alucinado de la ciudad, que discurría tras la ventana como un leve mantra urbano.

 

Siguió acercándose penosamente al cuerpo de Sara, aunque cada centímetro resultaba más doloroso, imposible, no en vano las tijeras que ella empuñaba con toda la fuerza de su espanto no se doblegaban ante la presión del vientre del fracasado homicida, que con muecas de desesperación, sabía que ya no quedaba fuerza para alcanzar esa garganta que lentamente dejaba de suplicar.

En un gesto absurdo, su mortecina desesperación se conformaba con apoyar las pálidas mejillas sobre la piel erizada de Sara, levemente caliente, viva, nada que ver con el mortal desenlace para él, él que soñaba con este momento mezcla de vida y muerte, sórdido y sutil a la vez, con la hermosa recompensa de playa lejana, a mucha distancia de la ciudad espesa que le regaló la violencia de la ambición sin escrúpulos; una ironía que para Sara no significaba nada, ella que por fin pudo aflojar lentamente la presión que le salvó, ella que desembarcó en la urbe desde sus lujosas posesiones para un encuentro sexual más con él, para cerrar negocios con beneficio en los que ya estaba pensando para distraer su mente, mientras lavaba su cuerpo del líquido de Calo, o de su propia soledad, o de su eterno conflicto de agua entre las manos.

 

-Agua-, apenas pudo pronunciar la palabra, mientras se encaminaba a sus enormes pertenencias, allá lejos cerca de la esbelta playa.

 


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