La Bruja del Norte observaba impotente con tristeza como el que otrora vez fuera el alegre pueblo de los pequeños Munchkins, era obligado a trabajar día y noche en las minas y los campos para satisfacer los deseos caprichosos y las ansias de riqueza de la Bruja del Este.
Todos los héroes y grandes magos del Reino de Oz habían intentado derrotar a la malvada y poderosa bruja pero todos habían fracasado en el intento. Nadie había sido capaz de acabar con ella. Tampoco nadie había podido burlar su control y escapar. Los pequeños enanos, de puntiagudos gorros azules y grandes barbas y bigotes, habían perdido toda esperanza de recuperar su libertad.
Sólo podían esperar que ocurriera un milagro, como que una casa le cayera encima, pero eso era completamente imposible… o tal vez no.
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