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Habiamos vivido vidás tán dispares, con gente tan distinta a nosotros y ahora nos encontrávamos. Coincidimos en la calle de nuestra ciudad llena de bares. Nuestros astros estaban revueltos, la luna en la casa del destino y Neptuno revoleteaba aportando lo imprevisible. Fué un choque de espaldas, nos giramos, nos miramos de frente y nuestros astros se aliniaron, tuyos y mios. No hablavamos, solo nos mirávamos. Eso que sentíamos en el estómago era el cariño naciente.
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