El hueso que pudo matar a una persona

Era viernes, aviamos llegado a Conil entusiasmados y ansiosos de pasarlo en grande, con los coches llenos de comida y bebida, más bebida que comida. Estábamos en Conil de despedida de solteros (que tradición más obscena, como si el soltero/a fuera a desaparecer de la faz de la tierra, que estupidez) era un sábado por la mañana a eso de las 11:30, estaba tomando un batido Danone recién levantado con los ojos bien pegado con legañas gordas amarillentas, porque habíamos salido el viernes cuando llegamos. Pues nada, allí me encontraba en trance con mi apreciado batido Danone bien sujeto con las dos manos dándole traguitos a traguitos intentando recordar algo de lo que sucedió la noche anterior, cuando de momento se levanta uno de las veinte personas que habíamos en aquella casa de presencia estupenda vista desde fuera, pero una vez dentro era más antigua que la peste, imagínense los días posteriores el olor a estiércol que fue tomando el garito, porque más que una casa, perecía un garito de chavales que exhalaban fetidez con violencia. Bueno lo que estaba diciendo, se levanta uno de ellos medio asfixiado con los ojos más pegados que los míos, cogió éste muchacho un melocotón y empezó a comérselo desesperadamente esperando a que le quitara el asfixia miento con el que se había levantado, cuando de repente me mira balbuceando haciéndome un gesto con su dedo índice hacia su boca sin poder pronunciar palabra alguna. El infeliz de la vida se había engollipado con el hueso de un melocotón. Ahora me entra la risa, pero en aquel momento asustado y con el corazón encogido le tuve que dar dos buenos porrazos en la espalda para que saliera el hueso. Al final se le desprendió el hueso de melocotón, las legañas, la resaca y quedo desahogado.