La clave del manuscrito Voynich 1 B

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...gran parte de la capital de la Atlaintus, derribando templos y muriendo miles de personas. Las peleas y los asesinatos han sembrado el terror, esta destrucción continuada ha cambiado a muchas personas y las ha llevado al mal. El estupor ante la destrucción de todo el territorio y la constante lluvia de cenizas, las cuales impiden el rendimiento de los cultivos, sembraron el caos. La hambruna en todo el continente provocó el pillaje y la violencia. A muchos kilómetros las noticias de los reinos del sur eran aún más alarmantes tras el hundimiento de la isla sur completamente, provocando la muerte de más de veinticinco millones de personas, dos reinos completos. Mi amada o más bien mi deseada me encontró en la calle y se interesó por mí:

—Hola, Taleas como estas; estáis todos bien en casa —me preguntó la más bella del reino, Aldaina, mi amor secreto,

—Estamos bien Aldaina, por ahora, pero estamos preparando un navío para buscar nuevas tierras.

—Pero si no hay otras tierras, nunca nadie ha llegado con su navío a ningún lugar en el mar, ¿no recuerdas la prohibición de alentar al pueblo en ese sentido Taleas?

—Si la recuerdo Aldaina, claro que la recuerdo, pero aquí ya no se puede vivir, cualquier día esta isla y todos los reinos se hundirán en el mar como la isla sur. A veces han llegado flotando restos de embarcaciones rudimentarias desconocidas en toda Atlaintus y de flora extraña, como arrancada por el mar en tierras lejanas; pero todo ello ha sido ocultado al pueblo.

—No creo que el continente también se hunda, Atlaintus es muy grande —dijo ella con seguridad y le respondí.

—los sabios de la tierra aseguran que el suelo se formó con cenizas de los antiguos volcanes, sobre las cuales cayo la lava; pero que el océano y los nuevos volcanes están desintegrando todo lo que durante miles de años ayudó a que floreciera la superficie.

— Taleas, yo no dejaré a mi familia, ya sabes que soy sobrina del soberano y mí puesto esta aquí, pero no diré nada de tu partida, no quiero que te hieran con las espadas de metal azul. Gracias por acordarte de mí.

Ella no sabía cuán grande era mi amor, nunca se lo dije.

El barco lo cargamos con alimentos y vasijas de agua durante varias noches, a escondidas, solo los pequeños barcos pesqueros tenían permiso para zarpar. El soberano de nuestro país no quería que cundiera el pánico como había pasado en los últimos meses en otros reinos, donde los barcos zarpaban a diario buscando nuevas tierras.

Intenté que mi amada embarcara con nosotros, con su vestido por las rodillas y su cinta en el pelo me dijo adiós, no podía abandonar a su familia, por ser una familia del templo.

Más de tres lunas en el mar y ni un signo de tierra firme, ni hojas flotando ni pájaros pequeños. Los alimentos escasean, la pesca es muy poca y los resplandores en la noche de nuestra tierra, tan lejana ya, no auguran nada bueno sobre la posibilidad de volver atrás. Emias ha matado las aves mascotas de los niños para comer, pero los críos no han probado bocado, solo toser y toser. Este gran barco triangular lo habitamos más de cincuenta personas, entre esclavos y ciudadanos.

Muchos meses ya sin tocar tierra firme, la pesca es nuestro único alimento, junto con los arboles de madera blanda comestible de la bodega, como panes para nuestra supervivencia.

Ayer el patriarca me interrogó:

—Taleas, cuéntame si todos los esclavos recogieron agua con las hojas de juliendro bajo la tempestad de anoche.

—Señor, todos menos jacasas, que le teme al rayo más que a la muerte —le respondí.

Ver como jacasas era colgado boca abajo, con los pies separados para recibir un golpe con la espada del duro metal azul en su hueso sacro y después ser lanzado al mar, desnudo, sangrando y sin una madera siquiera a la que asirse me causó mucho pesar, un pesar que me acompañara siempre; porque de haberlo sabido no lo habría delatado, solo yo mismo le habría llamado la atención.

Una costa inmensa se divisa a lo lejos al amanecer, ya sin fuerzas y sin apenas carne pegada a nuestros huesos nos agarramos al filo de la embarcación, esperando que las grandes y raídas velas circulares nos lleven a esa tierra firme.

El gran navío ha encallado en la costa, una costa cubierta por una playa de arena fina, algo no visto en nuestra tierra, donde todo el continente estaba lleno de acantilados, escaleras para bajar y muelles para los navíos.

Arrastrándonos por la arena divisamos una vegetación, tan extraña como amenazante. Ninguna planta es de hojas grandes como las de nuestro continente, y los animales que hemos divisado parecen ser peligrosos, por lo menos los más grandes.

Con los restos del navío hemos construido una vivienda donde habitamos y tras más de un mes en esta lejana tierra no hemos visto seres humanos, solo animales pequeños parecidos a los humanos, que como espectros saltan por los extraños árboles.

—Domingo 1516—  

—Antonino 2 ta 2017—, Continuara en la parte 2

 

 

 


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