Juegos de Fotos (Parte II)

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Este relato contiene muchos modismos colombianos, de Bogotá más específicamente. Si tienes dudas, comenta abajo con libertad. Muchas gracias.

(En la primera parte, Nico ejercía de cómplice en una fantasía erótica de su compañera de oficina. Sigue leyendo...)

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Me hizo señas de que soltara el celular sobre la cama, cosa que hice (con la cámara apuntando hacia nosotros), e inmediatamente tomó mis manos con las suyas y las puso sobre sus pechos. Sus pezones eran dos grandes rocas, pezones de madre de dos chicos, pezones muy desarrollados, muy duros, que casi penetraban la piel de mis palmas. No sé cómo me contuve, estuve a punto de correrme ahí mismo. Xime lo notó y me apretó la base del pene con dos dedos. Logró detener el inminente desastre de reguero y chorreada y continuó haciendo que mis manos recorrieran ese par de tetazas por todos sus flancos. En algún momento (no me di cuenta exactamente cuándo) mis calzoncillos se separaron de mi cuerpo y quedé ahí, parolísimo, con la verga empapada.

No podía creer que estuviera allí, manoseando los teterones de Xime a tan poca distancia del amarrado y amargado maridito; tan remilgoso que se veía en las fotos, tan mojigato. De alguna manera me sentí henchido de orgullo de que una mujer hermosa, trozudita, rotunda, como Xime, como me gustan las mujeres, me hubiera elegido para llevar a cabo esta travesura tan riesgosa. Tenía miedo de que, a pesar de los tapones, Javier escuchara mi pulso, tan fuerte era la sensación de la adrenalina, la emoción de lo prohibido.

Xime me hizo señas de que me apartara, porque debía seguir acariciando y manoseando a su maridito para que no sospechara nada. Continuó estimulando el cuerpo del hombre tendido allí, con plumas, con aceites, con un cubo de hielo... en un momento usó unas pequeñas pinzas de plástico y le pellizcó los pezones a Javier, quien se estremeció por la sorpresa y por el dolor, supongo, pero vi que no apretaban mucho. Me pregunté si me correspondería también a mí ese tratamiento. Seguí tomando fotos de la escena general así como de primeros planos, sobre todo del cuerpo de Ximena, que me tenía embelesado. Ay, ese lunar sobre las costillas... Mientras la veía, comenzó a aplicarse aceite por el torso, sobre las tetas, y me miraba muy pícaramente mientras lo hacía y, entre foto y foto, yo me agarraba la tranca ya sin recato alguno, acariciándola arriba y abajo.

De repente detuvo lo que estaba haciendo, se bajó de la barriga de su esposo, se arrodilló frente a mí... ¡y comenzó a pegarme una mamada deliciosa! Yo quedé atónito, helado, no me atrevía a moverme ni a decir ni a hacer el más mínimo gemido, pero... ¡joder, qué delicia de boca! Enroscaba la lengua sobre mi venosa verga, me pasaba los dientes muy suavemente a lo largo del tronco, lamía luego el glande... ¡y luego se la tragó entera, hasta la base! No podía creer que esto me estuviera pasando.

Al rato, se la sacó de la boca y se levantó un poco, en cuclillas, para que sus tetas estuvieran a la altura de mi tranca, y comenzó a hacerme una paja rusa deliciosa. Pero la veía incómoda, así que le hice señas de que se tumbara sobre la alfombra y yo me senté sobre su estómago, para que mi miembro se deslizara mejor entre sus hermosos globos... pero me sorprendió luego, de nuevo, ¡haciéndome una cubana como nunca nadie me la había hecho! Cuando mi pene asomaba sobre la parte superior de sus pechos, ella alcanzaba a chuparme el glande. Y a todas estas, el pobre Javier se retorcía y preguntaba "Xime, ¿sigues ahí? ¿Qué pasa?".

No pude evitar reírme, pero me costó mucho ahogar el sonido.

Decidí hacer una movida muy arriesgada. Mientras Xime me veía, apoyé el celular contra un florero que había en una especie de cómoda en el cuarto, de forma tal que siguiera enfocando hacia la escena, hacia ella, y lo puse a grabar. Miré a los ojos a Xime, luego desvié la mirada hacia mi verga y luego hacia el palpitante sexo de Xime, pidiendo permiso para entrar. Xime se mordió los labios, miró mi pene que apuntaba ansioso hacia ella, y asintió quedamente. Volvió a tumbarse de espaldas en la mullida alfombra y abrió sus piernas para ofrecerme ese rojo y empapado fruto que parecía respirar al compás de la mía propia.

(Continúa... click en mi nombre para ver más...)


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