Mi única amiga, la muerte

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Mi padre me contó que cuando yo era pequeño, me llevaba en brazos y se tropezó al ir a bajar unas escaleras. Nos caímos los dos pero él, por protegerme a mí, se hizo polvo todo el cuerpo. Yo salí indemne. 

Pienso que quizás debió haberme soltado. Cuanto sufrimiento ahorrado. Cuanta desilusión desvanecida. Cuantas horas sin dormir, dormidas. Mi mente no puede parar de dar vueltas, como una noria. Ni por el dia ni por la noche. Solo quiero paz, y no la encuentro. No sé donde está. Se supone que lo tienes todo. Al menos todo lo necesario para llevar una vida normal. Pero estás vacío. Sientes que no perteneces aquí. Y anhelas el otro lado. La paz. La alegría. La capacidad de hacer en cada momento lo que te apetece. Sin obligaciones. Sin esfuerzos. 

La gravedad es uno de los pilares de este infierno diseñado para las almas, encerradas en cuerpos de carne y hueso. Torpes y pesados. Que envejecen. Que enferman. A los que hay que lavar y alimentar. Y proteger del frío. Y aguantar lo máximo posible vivo. Es como un concurso. Es el sávese quien pueda. Quiero seguir vivo el mayor tiempo posible, aunque sea en un infierno. Cuando nuestros cuerpos exhalen el último aliento, espero que con ello venga la paz. Sensación tan anhelada. Y el amor. Paz y amor. Incondicionales. Para siempre. Jamás.


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