¿Qué importancia tiene la razón?
Asediados por la sequía del pueblo, todos los aldeanos se reunieron en busca de solución.
Algunos rogaron a dios lluvias tempranas, otros hablaron de abandonar las secas tierras. Pero Jacinto propuso algo que los dejó perplejos:
- Construyamos un acueducto para traer el agua del lago hasta aquí.
- ¡Pero Jacinto! Reprochó el acalde- El lago está a quince kilómetros, y bien sabes tú que carecemos de presupuesto.
- Eso no es problema. Si nos esforzamos podemos construirlo sacando las piedras de la vieja cantera.
- ¿Nada más que con piedras el agua quieres traer? Preguntó un aldeano provocando las carcajadas de los presentes.
- ¡Se puede! ¡El agua llegará!
- ¡Sí! ¡A todas partes menos aquí! Tornaron a reír.
- ¡Necios! ¡Os digo que llegará!
- ¡Por dios, Jacinto! Alzó las manos el alcalde- El agua se escaparía entre las piedras.
- ¡Que no! ¡El agua llegaría! Afirmo enrojeciendo de rabia.
Los vecinos no le prestaron más atención. Prosiguieron entre ellos tratando el tema.
A la mañana siguiente Jacinto se puso manos a la obra. Comenzó a arrastras las piedras de la cantera hasta la orilla del lago. Demostraría a todos que él tenía la razón. Obsesionado por la idea obligó a sus hijos a colaborar. Para evitar quejas, cada día los despertaba unos minutos antes. Pensó que así no se darían cuenta de que al cabo de unos meses ganaba unas horas más del pesado trabajo. Transcurridos dos años sus dos hijos huyeron no soportando aquella vida.
Fue entonces cuando obligó a su mujer a colaborar en la construcción. Más la fatiga la consumió, y en cuatro años de agotamiento la muerte se apiadó de ella. Mil veces pensó en abandonar semejante empresa. Pero entonces recordaba las risas de los aldeanos, y la rabia le daba fuerzas para arrastrar otra piedra.
Con los años se alejó del lago comenzando a divisar el pueblo. ¡Tantos años de trabajo!
Por fin el pueblo era cercano. Dormía al pie de su obra, soñando con las caras de impotentes de los aldeanos cuando el agua ahogara sus estúpidas risas.
No acabó su obra. No tenía sentido... Maldijo al darse cuenta que el pueblo hacía años que fue abandonado. Cuando la razón es una victoria, pierde todo su sentido si con ella no puedes atravesar un corazón.
Bien hizo en quedarse allí desconsolado. De haber vuelto a sus inicios, descubriría que el lago se secó como su vida... Mucho tiempo a tras.
A veces construye... Otras, destruye. No depende de quien la tiene; depende de quien la busca.
Jesús Cano
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