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La tristeza es silenciosa, abanza lentamente, se apodera de la mente y del cuerpo, enturbia la sangre, se acompaña de cansancio, el cansancio va derrotando al cuerpo, este se niega a seguir, solo quiere dormir. Pero por la noche Sara, aquella vecina cincuentona, solterora, feucha, ancha, arisca, ponía música, se ponía guapa, y salía de marcha por la noche, donde solo quedaban los marginados, los feuchos, los que nádie quería, pero que seguían saliendo a la calle y reivindicando que seguían existiendo pese a llevar una vida nada convencional.
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