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Allí estaba ella, había acudido a aquella ciudad y a aquel lugar rodeado de luces de neón porque estaba de moda.
Pero en ese momento, al verse desbordada por todo ese artificio y ese obsceno espectáculo publicitario de derroche urbano, empezó a correr y a correr como si fuera una presa que huye de su cazador.
Salió estampida, mareada por tanto exceso, para esconderse en su habitación ordinaria y solitaria del hotel. Nunca hasta entonces, una estancia tan funcional se había asemejado a lo que llamamos Hogar.
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