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La casa estaba sola. Rodeada de una oscuridad frecuente y repetitiva, mientras una nube de tristeza y melancolía la ahogaba lentamente. El polvo conquistaba cada rincón de aquella casa cuales tierras de antaño eran invadidas por lejanos ejércitos. Y ahí, en esa casa sola, comprendio a la vez que asumía que esa casa con su presencia en ella siempre estaría sola. Ese era su destino, guardar una casa sola. Le fue duro entender que nunca lograría eliminar el aire de soledad de esa casa, que hasta el día de su muerte la casa permanecería sola, esperando a un propietario con distinto destino y preferible final.
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