Javier [Y el Fuego]

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Me invitó a su cama sin dudarlo, como cada una de las veces que, en mi urgencia, lo convoco a esa danza íntima y erótica en la cual nuestros cuerpos se entrelazan afiebrados. Todo en él es como fuego de hoguera en donde me permito aniquilar mis miedos y encender mis altos instintos. Su profundidad activa un mecanismo en mi interior que me acerca hacia él como un imán.  Y su cuerpo. Luego está su cuerpo, hecho a mi exacta medida, provocando mis sentidos de una forma casi animal.

La sola imagen que reproduce mi mente de nosotros cogiendo, aún cuando estemos lejos, me enciende como una chispa encendería un montón de hojas secas. Abrió la puerta, me agarró de la mano y me arrastró hacia adentro como un Neandertal a su hembra.

Me arrancó la ropa, me miró a los ojos, rodeó mi cintura con sus brazos, me atrajo con firmeza hacia su cuerpo desnudo y comenzó a besarme lentamente. Su lengua dentro de mi boca, mi lengua dentro de la suya. Y el tiempo deteniéndose en cada beso. Explorándonos sin tregua, su pene enorme apoyado contra mi pubis, mi humedad haciéndose más y más evidente. Enredados en nuestra propia sinfonía me arrojó sobre la cama, permaneció un larguísimo instante parado frente a mi, recorriendo con su ávida mirada mi infinito territorio y mostrándome orgulloso la transformación de su miembro.    Conscientes de nuestra excitación,  abrió mis piernas con determinación,  hundió su lengua dentro mi sexo mojado y no pude sino estremecerme de placer.  Sabe, exactamente, como controlar la presión de su lengua para hacerme explotar en cientos de gemidos. Con mis manos apoyadas sobre su cabeza me dejé llevar mientras hundía su lengua más y más profundo dentro mío.

Le imploré que parara. Le supliqué que me dejara tomar el mando.

Obediente, se acostó a mi lado y se entregó, mansamente, a mi ritual amatorio.

Besé sus labios fugazmente, recorrí su cuello con mi lengua, respiré cada centímetro de su pecho, acaricié su vientre hasta que mi boca encontró su premio. Erguido, duro, enorme. Su pene latiendo esperando ser devorado, lamido, chupado. Me tomé mi tiempo para disfrutarlo, consciente que mi disfrute era también el suyo.

Con sólo una mirada, supe lo que me estaba pidiendo.

Como piezas de rompecabezas, trepé encima suyo y, lentamente, permití que me penetrara sin pudor, expandiéndose dentro mío hasta hacerme doler.

Impuse mi ritmo sin consultarle. A veces lento. A veces frenético. Pero siempre completando el ciclo que nos llevaba hasta lo más profundo de mi femeneidad.

Una de sus manos me apretaba la cintura, la otra agarraba mis cabellos como riendas de un corcel. Nuestra mirada nos conectaba con el más allá, con ese mundo que escapa lo físico y se funde con lo sublime y lo atemporal.

Éxtasis, comunión, sexo, fuego, entrega, confianza, pertenencia.

Con cada embestida de su miembro dentro mío, nos regalábamos eso y más.

Y, cuando nuestro placer ya no cabía más dentro de nuestros cuerpos, nos fundimos en una explosión infinita y acabamos juntos.

O él para mi.

O yo para él.

O visceversa.


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