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Hubo un tiempo en que decidí dejar de habitarme.
No recuerdo ni la fecha ni la hora exacta en que sucedió.
Sólo sé que un día me dí cuenta que así iba yo por la vida, deshabitada, estrechando lazos con otros seres que estaban tan deshabitados como yo.
Intercambiando besos deshabitados, sexos deshabitados, cuerpos deshabitados.
Amores chiquitos, de esos que invaden los corazones deshabitados.
Hubo un tiempo en que decidí dejar de sentir.
No recuerdo ni la fecha ni la hora exacta en que sucedió.
Sólo sé que un día me dí cuenta que así iba yo por la vida, sola y anestesiada, ya ni siquiera estrechando lazos con otros seres que estaban tan deshabitados como yo.
Ya ni siquiera intercambiando besos deshabitados, sexos deshabitados, cuerpos deshabitados.
Ya ni siquiera viviendo amores chiquitos, de esos que invaden los corazones deshabitados.
Pero hubo otro tiempo.
Otro tiempo en que decidí habitarme de nuevo.
No recuerdo ni la fecha ni la hora exacta en que sucedió.
Sólo sé que un día me dí cuenta que si así iba yo por la vida, deshabitada y sin sentir, iba a perderme para siempre.
Y es que había descubierto que el dolor del vacío era mucho más desgarrador que el dolor del amor.
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