Tengo una mujer que me relaja, me adormece y enseguida me hace feliz. Lleva paz en el alma y una sonrisa implantada con alegría en el rostro. Se convierte en agua para mi fuego malo y en viento para mi fuego bueno. Proclama ternura de la forma más elegante y emana cariño por cada uno de sus poros. Consigue asombrarme constantemente y, para la sorpresa mía y de muchos: nunca consigo aburrirme de ella. Tengo una mujer que me lleva a lugares finos: restaurantes, hoteles, centros comerciales. Se mueve en ellos como si fuera la dueña, zigzagueando el cuerpo como si el mundo estuviera hecho a su medida y el resto no existiera. Ese detalle en particular me encandila como ningún otro. ¿Es eso amor?
Tengo una mujer que es tímida y posee la maravillosa predisposición a enrojecer su rostro con facilidad. Y si menciono su rostro, es inevitable recordar la tersura de su piel: seda pura, seda fina. Tengo una mujer que nunca se queja, sin importar cuántas responsabilidades, tareas y quehaceres tenga por delante. Me causa admiración y es esa misma admiración la que provoca afecto. Ella nunca camina cabizbaja y siempre es educada con quien se le cruce. Pertenece a dos mundos: el burgués y el tercermundista, o dicho en otras palabras; el suyo y el mío. Tengo una mujer que es simplemente increíble. ¿Será eso amor?
Hablar con ella resulta, de muchas formas, mejor que el sexo. Con el sexo, sientes como si liberaras un peso de tu cuerpo. Con una buena charla, sientes cómo le quitas peso a tu alma. Y eso es exactamente lo que necesitaba. He tenido infinidad de orgasmos en la vida, pero nunca gocé de una comunicación agradable. Los abrazos y besos también saben mucho mejor cuando transmiten seguridad, en vez de solo simple deseo. Por primera vez, puedo ver mi vida lejos del sexo y aun así, sentirme igual de satisfecho. Acaso, ¿podría ser eso amor?
Abrazarla equivale al acto de volver a casa después de una eternidad estando lejos. Besarla equivale a beber agua después de estar perdido en el desierto. Quererla es simplemente la realización total de un ser humano. Encontrarla en el camino representa el regalo más importante que la vida me ofreció. Valoro su presencia mucho más de lo que detesto su ausencia. Ella es el equilibrio que jamás tuve, el pilar que todo hombre necesita para crecer y este acto me resulta escalofriantemente hermoso. Es el futuro que quiero como presente. Es el sueño que quiero como realidad. Es la emoción, el misterio, las risas, los besos. Es el mundo, la vida, la existencia y el fin de la misma. Es la razón por la cual vivir y el motivo por el cual morir. Es el sabor de la miel. El tacto de la lluvia. La fragancia de los jazmines por las noches. Es el mar de noche con sus extensiones infinitas y sus ruidos gentiles. El calor de las fogatas en invierno. El viento en los días de calor. Entonces, ¿eso es el amor?
Si algún día la pierdo, que ese día esté muy lejos. Que ese día sea el día de mi muerte. Si algún día la pierdo, que su recuerdo camine conmigo siempre. Que me lleve de la mano a lugares nuevos y misteriosos, tal como lo hace ahora. Si algún día llegamos a perdernos; que sea feliz. Aquí, allá, dondequiera que se encuentre. Que la luz de la alegría ilumine su camino y le brinde lo que a mí siempre me dio. Lo que aún me da sin esperar nada a cambio. Que la vida le pague con intereses todo lo que da a todo aquel que la rodea. Eso definitivamente es el amor.
Pronto la veré de nuevo y la emoción me abarca, pero no me agobia. Eso es bueno. Se siente bien el tiempo de espera cuando se trata de ella. Se siente bien verla nuevamente. Verla todos los días si es posible. Tan pronto como llegue, me dará su sonrisa, esa sonrisa y entonces no me importará lo que hagamos ni adonde vayamos. Todo pasará a segundo plano cuando me sonría. Si eso no es amor, ¿entonces qué es?
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