Era las ocho de la tarde, cuando me estaba terminando el capítulo Q del libro “Los Renglones Torcidos de Dios, de Torcuato Lucas De Tena” por cierto, (una novela intrigante que cuenta la historia de Alice Gould una enferma con un coeficiente intelectual poderoso). Hacía mucho calor y mi cuerpo transpiraba. Así que, me dispuse a ir a la playa a darme un baño y así sacarme de la piel el sudor corporal y entrar en un estado de refrigerio. Cogí la bicicleta del salón y Salí hacia la playa, sin atavío, tan solo con el bañador. Recorrí los doscientos metros que hay de mi casa a la playa, pinchándome los pinchos de los pedales de la bicicleta en las plantas de los pies. Serían las ocho y media de la tarde, cuando la gente venía de recogida ya harta de que Don Lorenzo le diera una de sus típicas palizas inapelables. Cuando llegue a la arena de la playa tumbe la bici, justo al lado se encontraba un hombre sentado en una silla de playa azul, como todavía en la arena había bastante gente, le dije al hombre que si le podía echar un vistazo a la bici mientras me bañaba, el hombre amablemente me dijo que, sin problema, que se quedaría un rato más en la playa.
Después de veinte largos minutos, sumergido en la inigualable agua de la mar, Salí y camine de la orilla a la bicicleta, mientras hacia el corto recorrido de la orilla a la bici, me decía a mí mismo –ahora, cuando llegue le doy las gracias al hombre y me voy- efectivamente, le di las gracias al hombre que había vigilado la bici, pero éste comenzó a hablar. Me decía que no tuviera ningún problema, que él vigilaría la bici todo el tiempo que hiciera falta. De modo que entablamos una conversación. Me conto que, una vez dos jóvenes de dieciséis años en Sevilla le quisieron quitar su bicicleta mientras paseaba por un sendero. Luego, me detallo con pelos y señales, las característica de su bicicleta, mientras él se expresaba yo me fijaba en el atuendo del señor. Curro como me dijo que se llamaba, llevaba un gorro Barbour que le tapaba la parte de arriba de la cabeza y la frente, unas gafas de sol de cristales grandes, una camiseta fina de color beis, un corto bañador rojo y una toalla que le tapaba las piernas. Curro tenía setenta y un años de edad. Hablamos un poco de todo; de las sinvergonzonerías de los políticos, de la avaricia incontrolable de la economía, de futbol, -mayormente del Betis del que él era socio-, de educación y de la familia en general.
Curro me comentaba que tenía tres hijos, dos chavales y una chavala. Empezó a contarme con vehemencia que uno de sus hijos, el mayor, trabajaba en una aeronáutica en Getafe y tenía un buen sueldo, pero constantemente éste le pedía que le prestara dinero. Se veía por los aspavientos y gestos, que Curro quería profundizar más en el tema, pero había algo que no le dejaba avanzar. Contaba el reloj las nueve y cuarto, cuando apareció la mujer de Curro. Llevaba un vestido de tela fina blanco de verano, tan fino que se le veía el bañador naranja ceñido al cuerpo. Pelo rubio de tinte, cara bronceada y labios finos pintados de rojo fuerte de un pintalabios. Sin ambages y con muy mala baba, miro a su marido y le dijo que ya no se traería más a su hermana de vacaciones, porque había quedado con ella para hacer unos mandados y ésta no había aparecido, totalmente mosqueada utilizo frases como; la hija de la gran puta, la madre que la hecho por coño, a esa sucia no me la traigo más a pasar el verano o esa fea de mierda no entra más en mi casa.
Por entonces yo prisionero de una serie de conflictos mentales, (por aquellas circunstancias), me sentí incapaz de levantarme y salir pitando de aquella memorable escena. Yo miraba a Curro y Curro me miraba a mí. A todo esto apareció la hermana de Curro, la mujer que había sido criticada sañosamente por la esposa de Curro. Ésta traía un consigo una niña de cuatro años, la niña se soltó de la mano de la hermana de Curro y se abalanzo y abrazo al cuello de Curro. Yo miraba atentamente haber si podía graduarme en escenas surrealistas, digo esto porque a continuación Raquel la esposa de Curro que había puesto como los trapos a Maribel, se mostró muy muy condescendiente con su cuñada Maribel, la hermana de Curro, con frases como; donde te habías metido vida mía, le he dicho a esta gente (refiriéndose a nosotros y mintiendo) que yo sin ti no voy a ningún lado, te he echado de menos este ratito que no hemos estado juntas o todo se ha traducido en mí en un mundo de colores cuando te he visto aparecer.
Cogí la bicicleta de le arena de la playa con el cuerpo salitroso y me despedí de Curro y los allí presentes. Camino a casa llegué a tener la sensación de que mientras el mundo continuaba su marcha, yo permanecía atascado en el mismo lugar. Llegue a la conclusión después de haberme duchado en casa, que lo que había escuchado en la playa con tal intensidad y amabilidad a la vez, por parte de Raquel que se mostró de distintas maneras, deprimida y eufórica. (Por primera vez vi a una persona bipolar en todo su esplendor). Fue extraordinario y maravilloso, lo presenciado.
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