Ayer me pasó algo curioso o triste o aciago quizás, no sabría cómo definirlo…….. Estaba en el trabajo. Serían las siete y media de la tarde. Estaba muy cansada llevaba muchas horas trabajando y poco de descanso. No había podido ir a visitar a mi madre y eso me afectaba. Echaba de menos los cortos paseos que dábamos y las caricias en su cara y manos. Vaya que estaba sensiblera. En mi trabajo, los domingos había más afluencia de familiares visitando a los residentes. Cuando fui a dar de cenar a Petra y Carmen, me fijé en Ramón y su hijo…….
Hoy Ramón estaba tranquilo y adormecido. No era habitual en él ya que es un hombre inquieto y a pesar de su inmovilidad iba con su silla por un pasillo y por otro. Como he comentado, estaba con su hijo. Éste estaba sentado junto a su padre, sonriente, mirándole con esos ojos azules intensos y cálidos, su mano acariciaba la espalda de Ramón que parecía entender los sentimientos de su único hijo cerrando los ojos y durmiendo plácidamente. Fueron unos minutos hasta que Ramón entró en el comedor a cenar, pero fueron los minutos más intensos que viví en la tarde de ayer. Me acordé de mi madre y esbocé una sonrisa y unas gotas surcando mis ojos. A veces no hacen falta ni bombones, ni flores, ni pañuelos de Dolce Gabanna, solo una caricia es suficiente.
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