Satén negro 3

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-¿Puedo invitarte a otro martini? -su voz, grave pero sensual, me golpeó como un huracán. Casi que me atraganté con la aceituna, pero conseguí evitarlo. ¿Pero qué me pasaba?-.
Me puse incluso peor cuando me giré hacia él. Era un hombre alto, de cabello negro ya algo canoso, de unos hipnotizantes ojos azules, nariz recta y una barba apenas crecida que lo hacían muy atractivo. Me dedicó una sonrisa al ver cómo mi mandíbula se caía al suelo.
-Sí, claro -respondí, casi como una adolescente, con una voz suave y temblorosa-.
Llamó al barman y le pidió dos martinis. Luego nos inclinamos el uno hacia el otro, casi inconscientemente.
-No te había visto antes por acá.
-Es la primera vez que vengo -respondí nerviosa, mientras acomodaba un rizo detrás de mi oreja-.
-Hiciste bien -aseguró, penetrándome con esos profundos y seductores ojos azules-. Es un buen ambiente.
-Eso mismo noté desde que entré -respondí, hipnotizada por su elegante fachada-. Es un lindo lugar.
-¿A qué te dedicás? -preguntó él, curioso.
¿O es que estaba fingiendo? En tal caso, parecía una pregunta repetida. Según mi grupo de amigos, quienes no estaban enterados de esta salida, esa era la primer pregunta que venía después del famoso "¿cómo estás?".
-Soy profesora -respondí sin pensar. Luego me dije que tal vez tendría que haber fingido y me regañé por no haberlo pensado antes. Bueno, ya estaba hecho. Ya había dicho mi verdad, ahora era su turno-. ¿Y vos a qué te dedicás?
El barman trajo las dos copas. El misterioso hombre le pagó y acercó una de ellas hacia mí. Brindamos en silencio. Bebí un sorbo para intentar calmar mi repentina ansiedad.
-Soy traductor -dijo, sin más explicaciones. Y luego agregó algo totalmente diferente-. Espero que podamos compartir una buena velada juntos.
Tragué saliva, no sabía cuándo me había agitado tanto. Este hombre estaba claramente interesado en mí, y yo estaba claramente interesada en él. Pero... es que tenía tantos nervios, hacía años que no intentaba algo así. Y por fin lo había hecho. Comprendí entonces que estaba sintiendo algo como vértigo, ese miedo perturbador que siente alguien que está a punto de saltar desde gran altura. "Ya vas a ver cómo se alivia cuando por fin hayas saltado", me dije.
-Yo espero lo mismo -dije, intranquila. Bebí otro gran sorbo de mi martini-. Después de todo, pasar una buena velada es la razón por la que estamos hablando, ¿cierto?
-Totalmente cierto -dijo-. Mi nombre es Alexander.
Me tendió la mano. Se la estreché. Noté su piel suave.
-Me llamo Claudia. Un gusto conocerte.
No sabía si era el martini, su mirada divertida o la sensación de nuestras piernas rozándose, pero algo me había hecho perder un poco del miedo agotador que me retenía en mi zona de confort. Y entonces, luego de beber un sorbo más, le sonreí seductoramente.


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