Solange y el stripper 1

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Una noche de verano Solange fue invitada a una despedida de soltera, se casaba una compañera de trabajo. Un grupo de chicas bulliciosas y alegres se reunió en una casa de fin de semana, dispuestas a cenar, beber y divertirse. Como era de esperar, avanzada la noche sonó el timbre y apareció un señor para hacer un show y subir la temperatura de la fiesta. Era un stripper que –como todos- lucía un físico perfecto, de músculos voluminosos, y que en cuestión de segundos quedó con un moño y un slip como toda vestimenta. El stripper bailó, bromeó con la agasajada y con todas sus amigas, simulando poses eróticas con ellas, besándolas y metiendo mano con atrevimiento. Como cierre se quitó el slip y dejó a la vista su enorme miembro, grueso y bamboleante, ofreciéndolo a la concurrencia para que lo tocaran o eventualmente le dieran un besito. 

Solange estaba fascinada con el tipo. No fue de las que se lanzaron a bailar con él y se refregaban lascivamente contra su cuerpo, pero manteniendo una posición más o menos discreta lo miraba con el hambre dibujado en los ojos. Estaba enloquecida con el ancho de su espalda, la musculatura de sus brazos y abdomen, el grosor poderoso de sus muslos, la redondez de sus glúteos y la fiereza descomunal de su verga.  

Finalizado el show, antes de retirarse, el caballero repartió tarjetas entre las invitadas ofreciendo sus servicios como proveedor de placeres. Solange guardó la suya y durante tres días no pensó en otra cosa. Al cuarto día lo llamó. Le bastó oir su voz en el teléfono para sentir que se mojaba. Le dijo que había estado en aquella fiesta de despedida de soltera y él le preguntó en qué podía servirle. Solange le dijo que quería tener una cita en su departamento privado. Acordaron para la tarde del día siguiente. 

Solange eligió las tres de la tarde, un horario en que las calles estarían casi desiertas bajo el calor del verano. Se vistió muy sexy; una musculosa plateada, minifalda negra, sandalias de taco alto, se pintó las uñas de manos y pies de color negro y no se puso ropa interior. Subió a su automóvil y manejo veinte minutos hasta llegar. Tocó el timbre y la voz inconfundible del stripper le indicó que pasara. Mientras subía en el ascensor el corazón golpeaba con fuerza dentro de su pecho y por un momento pensó en irse porque estaba por hacer una locura. Pero en ese instante el ascensor llegó al tercer piso. 

Al abrirse la puerta del departamento le recibió el fresco del aire acondicionado, un perfume penetrante y la imagen del stripper sonriendo envuelto en una bata de toalla. Lo vio más alto y corpulento de lo que le había parecido en la fiesta. 

-Adelante, Solanage, bienvenida. 

 


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